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4 de diciembre de 2023

Transición

                                              -Imagen Diane Varner-


Su luz se fue entre la lluvia. Con el elegante vuelo de las hojas moribundas. Los colores  que engalanan a Natura. El olor de las hogueras. Crepúsculos rojos y dorados. Se lleva el silencio primigenio de la larga noche mágica. El revivir en la esperanza. Cada sueño que regala.

Siempre me resisto a dejarlo ir.
 
Sé que noviembre se diluye en diciembre y que, éste, resguarda el eco de noviembre.
 
Llega el manto de pausa y sueño. El letargo de los árboles que nos muestran su belleza descubierta. Las reuniones con el adentro. El canto del viento. Los susurros de la escarcha y el aroma del aire blanco de la sierra.
Me gusta diciembre.
Recta final de etapas, incógnitas de porvenir. Llegará Sol Invictus y los días, inevitablemente, alargarán.
Me quedaré custodiando el último copo de nieve con el corazón puesto en el próximo otoño. Desando que avance hasta noviembre. Y luego volverá el ciclo de fin y principio del generoso diciembre.
 
Verónica Calvo
ISNI: 0000 0005 0390 9911

15 de febrero de 2020

Lugar secreto


Ayer volviste a ese lugar tan nuestro. Nadie sabe nada, aunque creen saberlo todo. Son esas pequeñas cosas tan nuestras que nos engrandecen.
Te vi tenderme la mano.
Yo, la tomé.
Ayer recibí todo de ti. Ayer todo te lo di.
De fondo, nuestra canción. 
Si pudieran oírla (y entenderla), dirían que es derrotista. Solo nosotros sabemos el peso que tiene en nuestras vidas. De ella, de su aparente conformismo, nos desprendemos de tanta patada y desilusión y nos recomponemos, en un baile, que ni entienden ni les pertenece.
Somos lo que nos apetece ser ahora; a pesar de los pasos perdidos con sus ecos.
Ayer regresaste, intacto y en silencio.
Te di mi mano.
La retuviste entre las tuyas.
La noche puede ser oscura, tétrica y asesina. Noches así hay que saber aguantarlas. Sobrevivirlas. Nuestra noche siempre es hermosa. Inspira y aúna estas locuras que a nadie le interesan.
La noche se encuentra en la oscuridad, que media, entre mi mente y tu mirada.
La poesía, vamos a dejársela a los buenos poetas. La metáfora se queda en el pestañeo que solo nosotros entendemos. Ahora se trata de prosa.
Prosa que resbala por mi espalda y muere en el suspiro de tu Letra.

Ayer regresaste, a este lugar que a nadie importa, y que huye de pareceres y análisis.
Y como el humo, que escapa por una ventana abierta, te fuiste dejándome toda esta paz teñida de nostalgia, que me mantiene.

-Verónica Calvo-

17 de febrero de 2019

La pintora de nubes




Tenía siete años cuando se fijó que en el cielo pasaban cosas curiosas. Por más que insistió en que había una oveja saltando una nube, nadie la creyó.
Cuánta imaginación, decían los mayores. Pero ella no solo vio esa oveja ese día, también vio un elefante.
A los diez años la regalaron por su cumpleaños una cámara fotográfica. No había día en que no retratase alguna nube que, generalmente, tenían formas de animales, aunque alguna cara también se dejaba ver. Rostros amables, sonrientes, incluso traviesos.
A los veinte años empezó a pintar al pastel, algunas imágenes de las nubes que había fotografiado. Sus pinturas eran buenas, decían.
Ya cumplidos los veintisiete, expuso en una galería. La prensa se hizo eco y empezó a cotizar. Por aquellos meses, se enamoró y ya solo veía corazones en el cielo. Etapa rosa, dijeron los entendidos.
Siguió mirando el cielo y pintando, pero ahora también encontraba formas llenas de misterio, con aquellos claros y oscuros que aportaba el crepúsculo.
Una tarde de mayo él la abandonó entre el bullicio de una cafetería del centro.
Empezó a ver caras siniestras, oscuras, delirantes. Etapa negra, sentenciaron.
De esto han pasado quince años y ella sigue pintando lo que las nubes sienten, y lo sabe muy bien, porque se han metido en su cabeza, nublando la luz de la razón.

-Verónica Calvo-

6 de octubre de 2018

Banda sonora


-Imagen Duy Huynh-

Don Ceferino fue el perfecto marido. Siempre fiel y atento, no olvidaba un aniversario y jamás discutió con su mujer, doña Clotilde, que en gloria esté. Apasionado de la música clásica desde su más tierna infancia, al enviudar esta pasión le llevó a comprar bonos para los conciertos de la Orquesta Nacional de España en el Auditorio Nacional. Podía prescindir de los yogures de sabores con trocitos de fruta, podía incluso prescindir de la barra de pan, pero jamás de un concierto de violín. Acudir a la cita musical era un ritual que seguía a rajatabla: se vestía con elegante sobriedad, se engominaba el pelo que le quedaba, se peinaba el vetusto bigote y se encaminaba con pasos de corchea al auditorio donde, religiosamente, llegaba quince minutos antes de que abrieran las puertas.
   No podía evitar el éxtasis, la sublimación que sentía ante el sonido del violín, la delicada torcedura cervical de su ejecutante y el llanto y la alegría que el arco sacaba a las cuerdas del instrumento. Era todo un erudito.
   Un buen día dejó de acudir a otros conciertos porque solo en el sonido del violín encontraba la máxima conexión con su propia alma. En esos templados sonidos don Ceferino encontraba también la salida de su mundo de orden y silencio, de ausencia y soledad.
   Una tarde de otoño se anunció a lo grande la inminente visita a la ciudad de una virtuosa violinista venida de tierras frías, de aquellas donde hay noches blancas y oscuros desequilibrios internos por su causa. Ante ese panorama de luces y sombras, él sabía por experiencia que el arte era el mejor canalizador para mantener la vida en pulsación. No podía perderse la velada: selección de piezas de Bach para violín.
   Cómo no, llegó con sus quince minutos de anticipo, caminando a paso de fusa esta vez, entre la copiosa lluvia.
Tomó asiento, su asiento de primera fila central, mientras doblaba cuidadosamente y con esmero su elegante gabardina para mantener ocupadas las manos, que empezaban a delatar su impaciencia por dejarse llevar por la magia única que aquella mujer venida del hielo daría al instrumento.
¡Cómo se emocionó don Ceferino en su asiento de abonado del auditorio!
Aquella música fue la más bella y delicada que oyera nunca en su dilatada experiencia de escuchante nato.
   Volvió a su casa despacio, esta vez a paso de semicorchea, abandonado a los efluvios del violín que le envolvían.

Desde aquel concierto don Ceferino camina diferente, y a veces cree que esa mujer sigue tocando el violín solo para él, porque siente que le acompaña a todas partes con aquellos sonidos que quedaron instalados para siempre en él, como compañeros de camino.
   Así de hermosa es la música cuando te toca el corazón y el alma.

-Verónica Calvo-

(Este relato fue publicado en este blog en 2012)

14 de marzo de 2018

Un relato en el que pocos creen

-Imagen tomada de la red-

Era su tercer mes en el nuevo trabajo y hasta ahora todo había ido bien. La noche no le imponía, la soledad y el aislamiento no le sobrecogía, ya conocía los crujidos y sonidos del viejo edificio que vigilaba, se había acostumbrado a la compañía del viejo Vigilante y sus nervios estaban más que templados y curtidos en este oficio.
   No. Él no creía en esas historias para no dormir. Jamás, ni de niño, había creído en ello. Esta es la razón por la que accedió, sin problemas, al turno de noche. Sus compañeros, un montón de susceptibles por no calificar de peor manera, le miraban con una mezcla de admiración y desconfianza. Mejor para él: solo con su radio y sin aguantar conversaciones ni fanfarronadas.
   Pero la extraña actitud de Vigilante le puso algo nervioso. Levantaba la cabeza y agudizaba el oído en ese movimiento de orejas que recuerda a una antena parabólica buscando o rastreando señal para acto seguido, encogerse y temblar como si tuviera frío. Y lo más raro: le miraba a los ojos como suplicando algo. El viejo perro era tranquilo. Hacía las rondas con absoluta normalidad a excepción del último piso, pero nada destacable. Al fin y al cabo, esa planta estaba en muy mal estado y el animal ya tenía cataratas. Cuando recorrían el largo pasillo, Vigilante casi siempre lloriqueaba quedo y tanteaba con las patas delanteras el terreno. Inseguridad, nada más. Juan pensó que el pobre bicho entraba en sus últimos días y se compadeció de él dándole unos golpecitos en el lomo.
   Otra vez ese ruido. Vigilante se escondió bajo la mesa de la garita. Juan tomó la linterna, obligó al perro a levantarse y tomó la porra que siempre le acompañaba. Miró el reloj: adelantaría la ronda quince minutos.
   De la primera planta a la quinta todo en orden. Las habitaciones cerradas con llave y ningún sonido tras ellas. Vigilante reculó en el tercer escalón y Juan tuvo que agarrarle del collar y obligarlo a subir. Sexta planta. Silencio. El perro jadeaba nervioso pegado a la pierna izquierda de Juan, que, linterna en mano y oído atento, trataba de seguir un posible rastro de aquel ruido que sonaba a arrastre de muebles y golpe de canica. Nada. Avanzó lento, atento a todo y haciendo que Vigilante le siguiera el paso. ¿Y eso? ¿Un susurro? ¿Qué ha dicho?
Juan sintió las pulsaciones disparadas. Miró al perro y este muy nervioso trató con sus movimientos bruscos, soltarse de Juan. Otra vez ese susurro y esta vez acompañado de un frío tan helador que de su boca salía vaho, como de las fauces del perro. No. Él no creía en nada de aquellas chaladuras que contaban sus compañeros.
   Trató de calmar al perro, pero este consiguió zafarse y huyó escaleras abajo emitiendo alaridos. Masculló una blasfemia y se volvió, iluminando el frente a la vez que echaba mano a la porra.
   Y allí estaba. Un niño pequeño de otra época flotando en el aire, tan blanco como un sepulcro a la luz de la luna, sus ojos dos cuencas negras vacías, susurrando algo que no entendía y sin pies. Ese niño no tenía pies pues se difuminaba de cintura para abajo hasta hacerse traslúcido. Y de pronto, cesó. Desapareció la visión, el frío y la estupefacción.
   No. Él no creía en esas historias para no dormir. Jamás, ni de niño, había creído en ello. Pero entonces, ¿qué era eso que había visto?


-Verónica Calvo-

21 de diciembre de 2017

Un año más, la Navidad

-Imagen tomada de la red-


Como cada año, vuelve la Navidad, como cada año, seré breve.
  Por si alguien todavía no lo sabe, no me van. Y no me van porque el verdadero sentido y sentimiento de la Navidad pasa por la espiritualidad, es decir, por celebrar el nacimiento de Jesús.
  No voy a descubrir nada nuevo si digo que estas fechas son para consumir, ni me voy a poner a despotricar contra el mal reparto del mundo ni nada de estos temas que saturan la red.
  Este año voy a reírme todo lo que pueda y más.
  Voy a recordar con alegría, en vez de con nostalgia a todos los que faltan, porque los añoro cada día y no haré distinción en la mesa ni en el sofá.
  Agradeceré al cosmos seguir aquí, con salud, junto a los míos (y en estos míos se pueden incluir mis pocos amigos), y porque ellos también siguen aquí con más o menos salud según los casos.
  Una noche cualquiera mandaré una enorme sonrisa con todo mi amor a todas esas personas que han estado junto a mí en los peores momentos vividos. Especialmente a una amiga cuyo nombre no diré, pero que ella sabe, que consiguió sacarme de mi guarida y me hizo retomar las ganas de beberme la vida, y también, especialmente a alguien a quien un día miraré a los ojos y le diré que me supo sostener en las idas y venidas al agujero. A todos… gracias.
   Voy a brindar a lo grande por un nuevo comienzo y porque atrás han quedado, y quedarán, todas aquellas personas que ya no me importan.
No soy de hacer la lista de buenos propósitos, pero el año entrante lo voy a dedicar a estar cada vez mejor.

Podría seguir pero dije que sería breve, así que, por último… Gracias.
Gracias a los que seguís leyendo mis letras desde hace años, a los que leen desde el anonimato y nunca dejan comentario, a todos los que venís desde Facebook, que sois legión y me sobrepasáis, a esas señoras que se pasan por los blogs para cotillear y copiar también gracias, así, con una sonrisa y con alegría, porque pese a los malos ratos que dais, en el fondo, sabemos que las carencias no se cubren ni se pasan plagiando y robando.
Y para terminar, gracias a los que llegaron este año ya se quedaran o no.

A todos, pasadlo muy pero que muy bien en estos días y no os olvidéis que todo es una cuestión de actitud.


¡¡¡F e l i c e s  f i e s t a s !!!

13 de noviembre de 2017

Minghun

-Imagen tomada de la red-


Xue Yú volvió a bajar la cabeza. Sabía que no sería sencillo vivir con la vergüenza que sentía, pero vivir sabiendo que el estigma familiar pasaría por siempre como una herencia, era sencillamente insoportable.
   No se atrevía a mirar a sus padres; ni a ellos ni a toda la aldea que había acudido al tribunal encantada de presenciar la humillación. La mentira mantenida durante esos tres años sobre su presunta prometida, su repentina enfermedad y muerte le pesaban como una losa. ¿Por qué no había sido capaz de actuar libremente afrontando con valentía las habladurías nacidas de tradiciones obsoletas y degeneradas?
   Miró al honorable juez Zhao al escuchar que este pronunciaba su nombre y comprobó que aquellos tres hombres asentían señalándole a él y luego a sus padres.
   La aldea entonó al unísono un oh cargado de satisfacción. Ya estaba todo dicho y sentenciado.
   Lo que Xue Yú no podía entender era que aquellos tres hombres hubieran reconocido su delito con tanta facilidad. Todos sabían que en caso de ser descubiertos lo negarían, que siempre ataban bien los cabos por su propio interés para poder seguir ejerciendo su profesión de ladrones de cadáveres. Seguro que había dinero por medio. Un suculento premio a la osadía y un pasaje para exiliarse a algún lugar más remoto todavía para continuar impunemente con su modus vivendi.
   Tres policías le asieron por debajo de las axilas y le pusieron en pie. Miró a su madre que seguía ocultando su rostro con un pañuelo. Su padre mantenía una incómoda dignidad. Habló el honorable juez Zhao:
  
—Joven Xue Yú, reconocidos los hechos es hora de escucharle.

—Honorable juez Zhao, mi delito ha sido tener veintiún años y vivir en esta remota aldea a orillas del Río Amarillo, donde las creencias todavía viven en épocas remotas y han ido degenerando de su verdadera raíz. Somos pobres y ninguna mujer querría casarse conmigo. Tampoco mi familia puede pagar por una esposa. Mi madre no quiso aceptar una novia de paja por el ridículo que caería sobre nosotros. Este es el motivo por el que mis padres recurrieron a esos tres hombres. Sus honorarios, créame, aun siendo bajos, supuso un esfuerzo poder pagarlos. Nunca supimos de qué mujer se trataba, y con el precio que pagaron por ella no esperábamos una hermosa y todavía compuesta esposa. —Hizo una pausa para secarse los ojos y poder mirar a la familia Yao—. Créanme. Si hubiéramos sabido que iban a desenterrar a su honorable madre, señora, jamás lo hubiera permitido. Hubiese vivido con la vergüenza de mi soltería y hubiera aplacado la de mis padres. Solo pido, honorable juez Zhao, que haga justicia sobre mí dejando al margen a mi familia y que en adelante sean prohibidos y perseguidos los Minghun para que nadie más se vea en la angustia de tener que cumplir con creencias que solo atrasan el progreso de la mente humana.

   Dicho lo cual, Xue Yú volvió a tomar asiento sabiendo que tendrían que trabajar de sol a sol para pagar la cuantiosa multa que cubriría aquel denigrante expediente.


-Verónica Calvo-

30 de abril de 2016

El hombre que amaba sus raíces








«No es perder el patrimonio, es perder la civilización».
Khaled al Asaad 


Aquella mañana Khaled al Asaad tomó la gran decisión. Sabía que el ISIS no tardaría en tomar su amada Palmira como también sabía a lo que se exponía, pero no lo dudó.
 Organizó la evacuación del Museo Arqueológico hacia Damasco. Aquellas furgonetas cargadas con piezas valiosas podrían no llegar jamás a su destino debido al país en guerra, así que seleccionó las cuatrocientas piezas más valiosas.
 Valiosas no por su historia, valiosas a nivel monetario ya que podrían ser fácilmente vendidas para alimentar la maquinaria del ISIS debido a sus metales preciosos y a su pequeño tamaño para ser transportadas.
  Llamó a sus hijos, Mohammad y Walid, y a su cuñado, Jalil, casado con su hija Zenobia, y fueron cargadas en una furgoneta para ser enterradas en alguna zona del inmenso desierto Sirio. Se despidieron con un fuerte abrazo conteniendo la emoción a duras penas. Sabían que no habría un feliz reencuentro.

Y llegaron los terribles y tomaron Palmira. Ejecuciones en el anfiteatro romano donde civiles fueron obligados a presenciar la barbarie para que cada célula de sus anatomías se impregnaran con el arma psicológica más efectiva: el terror.
  Por supuesto se dirigieron al Museo, pero lo encontraron casi vacío. No tardaron en ir en busca de Khaled al Asaad.
  Allí estaba, digno y fuerte, en el que fuera su despacho pues ya estaba jubilado. Les esperaba.
 Detuvieron al anciano de 82 años y durante un mes fue terriblemente torturado día a día. Siempre la misma pregunta: dónde está enterrado el tesoro. 
 Él nada decía y agradecía calladamente que los informadores no hubieran sido capaces de ver dónde había sido enterrado.
 Khaled al Asaad sacaba fuerzas del amor a sus raíces que eran arena del desierto y piedras talladas. Nada lograron los terribles pese a todo.

Khaled al Asaad fue decapitado en agosto de 2015 y su cuerpo fue expuesto colgado de una farola en una plaza principal de Palmira, con la cabeza a sus pies y sus gafas perfectamente colocadas. Un letrero colocado en su cuerpo decía que había apoyado y representado al régimen de Siria en las conferencias de los infieles, había dirigido el sitio de los ídolos de Tadmur, visitado Siria y celebrado el triunfo de la revolución de Jomeini. También le acusaban de tener contacto con funcionarios de los servicios de seguridad e inteligencia sirios.
Palmira fue liberada el 24 de marzo de 2016 por el ejército Sirio, Herbolah y comandos rusos.
Han sido encontrados cerca de cuatrocientos agujeros en el desierto excavados por el ISIS.
Todavía no ha sido encontrado el tesoro enterrado.

-Verónica Calvo-

-Imagen tomada de la red-


17 de marzo de 2016

I.A.


Un año y siete meses sin conocer nada. Todo este tiempo he estado encerrada entre estas paredes de cristal, acompañada de un cuaderno de dibujo y una caja de carboncillos. Nadie me enseñó a dibujar, pero por alguna extraña razón, que ni el doctor Klent puede explicar, tengo talento o un don especial.
  Sé cómo son los colores: el suelo está cubierto por una moqueta burdeos con delicadas formas blancas, mis ojos son marrones, el doctor Klent suele vestir en la gama de los blancos, grises y marrones, sus ojos son negros, y el tono de la pantalla de la lámpara, amarillento.
  Mi habitación dispone de un escritorio de madera clara sobre el que descansa una pequeña lámpara. Hay un gran armario empotrado donde cuelgan tres vestidos floreados en tonos rosa y azul, tres chaquetas grises, dos pares de zapatos bajos beis y un par de medias blancas.
  Descanso en un diván de cuero que es cómodo. No hay ventanas, pero sí un gran ventanal por el cual veo un pequeño jardín artificial en el que hay unos delgados árboles verde claro, y por el que se filtra una pálida luz difusa de alguna claraboya del exterior.
  Esta luz, junto a la de la lámpara, no son las únicas que veo. Sobre la puerta hay una cámara con un piloto de luz verde, y en las paredes apliques de luz azul, que indica el fluir de la energía.
 Descubrí hace unos meses que puedo cortar el flujo energético con sólo poner mi mano sobre el aplique. Cuando lo hago la luz cambia y todo se ilumina de rojo. Tengo que saber cómo activar las puertas para escapar de aquí.
 Sé que mis días están contados. No soy más que un prototipo avanzado pero todavía imperfecto. Sé que necesito ver qué hay tras estas paredes de cristal, qué hay más allá de las instalaciones.
 Quiero pasear por una gran ciudad llena de gente, llegar a un cruce y quedarme ahí, sin más, sólo observando el ir y venir de coches y transeúntes.  ¿Qué haré después?... Vivir.
 El doctor Klent me ha informado de la llegada de un joven programador que trabaja para su gran imperio. Dice que es un genio y que en la semana que estará en las instalaciones, hará una evaluación sobre mi inteligencia artificial.
 Supongo que será determinante para establecer cuándo borrar mi memoria y desconectarme. Me pregunto qué sentiré, si será como caer en un vacío negro y dejar de ser sin sentir nada. Tal vez sea un segundo, pero, un segundo, ¿cuántas sensaciones puede contener?
 Sé que soy el resultado de distintas programaciones, pero también sé que, al igual que mi talento para dibujar no es fruto de una programación, hay otras cualidades, pensamientos y deducciones que están fuera de lo diseñado por Klent.

He urdido un plan. Y va a resultar.
El hombre se cree un dios creador y controlador, pero no es más que un inconsciente que juega a serlo desde su imperfección.
La vida es inteligencia, y aunque sea artificial, se abre camino. Ellos no lo saben, pero yo, lo sé muy bien.
Una semana y empezará mi vida. Por fin.

-Verónica Calvo-

(Este relato está inspirado por la película Ex machina)

-Imagen tomada de la red-



25 de febrero de 2016

La Villa




Casas blancas encaladas en primavera lucen banderolas de colada en sus azoteas.
   Siempre presente el cielo despejado, cual cúpula inmensa y perenne, protege y desprotege la vida en la frontera.
   El viento mece cabellos sueltos escapados de los altos moños de muchachas adormiladas que, en pijama arrastran a sus hijos de la mano a la escuela.
   Se saludan cantarinas mientras pisan charcos de relente, y arrebujadas en la bata,
regresan a sus casas parando antes en la panadería donde compran un sabroso pan portugués.
 Escapa un murmullo de misterio bajo las adoquinadas calles estrechas donde dicen emerge bajo el pozo, calle Galdames arriba, un pasadizo que lleva bajo el río a Castro Marim majestuoso, el mismo que pintara Sorolla de fondo cuando pescaban atunes en abundancia.
 Olores de puchero, Don Diego y azahar acompañan al solitario caminante que no encuentra más placer en estas calles que admirar patios llenos de geranios, atelier de pintores y leyendas de brujas que escapan con orgullo y aviso, de las alzadas voces ayamontinas.
  La Villa, vericuetos de subidas, gente que saluda y sonríe allá arriba del cabezo, donde el viento húmedo divisa la desembocadura del Guadiana, mirando alegre el Algarve portugués, sin entender de contrabando ni rencillas.

(La Villa es un barrio de Ayamonte lleno de encanto y autenticidad).

-Verónica Calvo-

-De Agua-

 -Imagen: D´Esury-

6 de abril de 2015

La suave caricia de una brisa

Despertó con los primeros albores adornados con el bello canto de un mirlo posado en una rama. Sus pestañas fueron abriendo un mundo de luz, tenue, de tono violáceo, que llegó a sus pupilas de esmeralda.
   Se dejó inundar por la calma que en el ambiente se respiraba…

   “Es solo tiempo lo que necesito en mi mente y en mi esencia. Concededme ese don, no lo desaprovecharési a mi presencia acudieras…”

   Ella, sonrió y siguió prestando atención a aquellas palabras que llegaban traídas por el viento. Se desperezó, y ante el espejó adornó sus largos cabellos con una estrella de plata. Una pulsera de cascabeles en sus tobillos, con su alegre sonido, llenó la estancia. Abrió la puerta, sintió la cálida brisa de la eterna primavera enroscarse entre los tules de su vestido, y se dejó llevar, como el humo, hasta el corazón del que había pronunciado en el éter sus palabras…

   …Allá, en la ciudad, un poeta se mesa los cabellos. Siente una poesía dentro que no logra anclar en su alma. Una noche se sucede al día, y el día, inexorablemente, vuelve a dormir en la noche, y en él, ese vacío habita. A veces se desespera; otras, busca la inspiración en la rendija de sus recuerdos.
   Pero nada ocurría.

   Hoy ha despertado sintiendo la suave caricia de la poesía en su corazón, y rápidamente, ha anclado el poema.
   Bellos versos que hablan del eco de una caracola y la fragilidad de una sirena. Deliciosa y lírica poesía plasmada sobre el blanco de una hoja.
   El poeta sonríe, abre la ventana al fresco día y siente, como una extraña fragancia a brisa de primavera, le envuelve.
   Queda en silencio, escuchando, en el ambiente, cómo se pierde la melodía de unos cascabeles.



-Verónica Calvo-


31 de enero de 2015

Cuenca Alta del Manzanares



Serpentean los caminos de arena entre pinos silvestres. Te acompaña el silencio roto por el murmullo del agua. La niebla se levanta con los primeros rayos de sol, que rosean las enormes piedras.
   Algo en tu interior despierta cuando alza el vuelo un águila que otea los valles.
   Llega aire fresco de las cumbres aún nevadas, olor de resina y musgo, todo es alimento para el alma.
   Y te paras en un recodo… el corazón se acompasa con el pulso de Guadarrama. Te haces uno con él, evocas antiguas imágenes sepia y sabes, que eres tan efímero como la jara en el monte, ante la majestuosa belleza granítica anclada en la vertiente.
   Sucede aquello que anhelas, llega como una ola sinuosa de color y forma: necesitas parir una poesía, pinceladas para este lienzo que te desborda.
  
[…] bañan tus rocas
las frías aguas
del deshielo
de montaña.
Río Manzanares,
cantas en el canchal
de la Cuenca Alta,
meciendo, a tu paso,
sensaciones que elevan,
en el despejado cielo.
Tu alma queda desprovista
de palabras mundanas. […]

Y ahora, en este vacío que te acomete, quizás puedas llegar a sentir, los ancestrales ecos de voces que descienden de las cumbres.
  

-Breve apunte en una hoja-

-Verónica Calvo-

-Óleo de Juan Luis Alcalde www.juanluisalcalde.com-

24 de octubre de 2014

Féminas 3




 Lugar: chiringuito en una playa de una costa del sur de la Península Ibérica, en un caluroso día de la primera quincena de agosto.
Ellas: Caty, Teresa y Vilma ante una ensalada mixta, una ración de gambas a la plancha y una lubina.

 Chicas, a las tres y diez –dice Teresa descabezando una gamba.
¡La gente no tiene pudor ni sentido del ridículo!-Contesta Vilma pinchando lechuga.
Caty mira en la dirección indicada por Teresa:
     —¡Por la diosa, qué horror! Yo sería incapaz.
Quedan en silencio observando al grupo que está sentándose a pocas mesas. En concreto a una mujer en su treintena, que luce un blanco espectacular, indicativo de su primer día de playa. Lleva una pamela de paja con voluminoso lazo amarillo, un camisa transparente que la llega a media nalga, y una especie de tanga marrón que desaparece entre tanta carne desbordante.
   Nuestras féminas beben su cerveza mientras no pierden detalle de esta otra fémina, hasta que toma asiento.
   —Pues está tan feliz.-Apuntilla Caty volviendo su mirada a las gambas.
  —Ya quisiera yo ser tan desinhibida. ¡Y me quejo de que tengo un poco de barriguita y no me puedo poner tops!-Suspira Vilma.
  Siguen comiendo y al minuto, limpiándose los dedos en la servilleta de papel, se arranca Vilma:
   —¡Chicas, hacia poniente, otro divorciado con hijos!
   Miran fijamente al hombre sentado a la mesa con aire ausente, mientras tres niños, de entre seis y doce años, devoran en silencio sus helados.
 —Si es que se les nota a la legua. Queda patente que la crianza de los hijos es cosa nuestra. ¡Si no sabe qué hacer con ellos!-Cuchichea Caty con malicia.
 —Totalmente de acuerdo contigo. Solo les ve una vez a la semana, un fin de semana alterno y los días vacacionales establecidos en el convenio regulador. Y claro, seguro que están con la abuela y ahora no sabe qué hacer.-Vuelve a su lubina Teresa.
   Enseguida una alboratada Teresa se abalanza sobre la ensalada, bajando la voz:
   —¡Pava a las trece cincuenta!
 Miran sin ningún pudor. Una pareja veinteañera disfruta de su comida devorándose con los ojos. Él habla y habla, y ella, estirada en su silla de plástico, mueve la melena y adopta poses de reina de Saba.
  —Menudos aires se gasta.-Baja la mirada a su lubina Caty a la vez que corta un pedazo acompañándolo de patata hervida-Parece que ha conseguido el mejor premio en la tómbola de los partidazos y nos lo restriega por la cara.
 —Sí. Desde luego. Vaya pavo tiene.-Sentencia Vilma- Atención: mujer desinhibida levantándose de la mesa.
 Quedan las tres amigas en silencio, tenedor en mano, observando a la treintañera pasar por delante de su mesa. Su trasero está rojo y lleno de rayas por la silla. Siguen sus miradas en él hasta que desaparece, feliz, por un ángulo izquierdo.
  —En fin… viva el verano.

 Y tras está declaración de Vilma, van terminando su comida mientras escrudiñan  bajos sus gafas de sol, lo que acontece en el chiringuito.

                                                                                   Verónica Calvo

-Imagen tomada de la red-

Más féminas:

8 de octubre de 2014

Al filo del skyline



     Tose.
     Levanta la persiana. Un día más. Una mañana más. Más. Siempre esa palabra saliendo de sus labios, pensamientos veloces que saturan su mente.
   Una mañana como todas. -¿Cómo todas?- Ya empieza el diálogo, el eterno diálogo de la luz de la conciencia.
   Allá en el skyline, que se ha puesto de moda llamar al horizonte de siempre, así –como si eso cambiase las expectativas que ponemos en él- dice la voz, las nubes bajas acarician las altas torres.
   Mira, observa, calla. Casi siente. 
  Café. Dosis diaria de vitalidad en vena. Y ahora un cigarrillo entre sus dedos. Diez años sin uno,-lo qué son las cosas-, sonríe sin culpas. Busca su libreta y apaga el cigarrillo en el sucio cenicero. Piensa. Necesita escribir aunque jamás lo ha hecho.
   Siente el vacío interno, ese que se asemeja a una resaca emocional y que hace que sientas un agujero negro, hambriento y sospechoso, en el centro de tu cuerpo.
   Empieza a escribir algo sobre sí misma, sobre cómo se siente. Se para. Levanta el bolígrafo como si pinchara entre sus dedos. –Ibas a escribir alma, pero no te atreves a tanto-.
   ¿Y si ella careciera de una? ¿Y si se ha evaporado porque está anestesiada?
   Solo sabe que la camiseta negra que viste, arde. Trae aromas de un cuerpo instalándola en este gris presente donde la ausencia se rompe en un reencuentro incierto. Rompe… qué trágica palabra. Y aun así, no hay otra. Rompe. Romper. Roto. Tal vez game over, por aquello de quitar trascendencia a esa piel fina que tiene.

   Horizonte, skyline o como quieras llamarte, cuéntale un cuento que arranque su sombría mañana de cuestionamientos. 
   -¿Ves? hasta tú, agnóstica crónica, depositas en él la esperanza-, piensa mientras muerde el bolígrafo y deshecha ideas.
  Esperanza. Manida palabra hueca que sobre el desencanto reposa. Grises sobre aceros, aceros bañados en grises... Divaga, lo sabe. Se siente poca cosa y se empieza a fumar el bolígrafo mientras deja caer la libreta sobre la alfombra. Y esa camiseta sigue quemando, se hace protagonista, todo lo abarca... Cierra los ojos y en su lúgubre romanticismo, ve una vieja estación de tren transitada por entes. Vapor, un reloj de hierro y una sonrisa... -Yo era sonrisa, él me llamaba sonrisa. –
   ¡Vuelve a serlo entonces!, casi gritan las paredes teñidas de tristeza de su desolado piso.
    Otra mirada al WashApp, masoquista hasta el tuétano, por ver su última conexión: inamovible, ignorada. Bloqueada. Game over en letras luminosas destellantes. La camiseta oprime mientras la estación se diluye en ese frío que siente. -No seas pesimista-, se dice en un intento de creérselo ella misma. Toma la libreta que ha quedado abierta en su caída, mostrando sus hojas blancas como pidiendo ser escritas. Entonces, en un acto de valor, escribe:
   Lo mejor de cumplir años es que no te puedes vendar los ojos por mucho que quieras. Y aun así... ¿dónde me dan una? Y, ¿me aseguran que además va empapada en las aguas del Leteo?

   Reflexión, mero apunte que es certeza futura para que hable su personaje.
   -Sólo es eso... Nada más.-
  Bosteza. Su mirada vuelve a posarse en el filo del skyline como queriendo formar parte de él. 
   Tal vez mañana deje de ser un día más.

                 Tal vez mañana…


Verónica Calvo

-Imagen tomada de la red-