13 de noviembre de 2017

Minghun

-Imagen tomada de la red-


Xue Yú volvió a bajar la cabeza. Sabía que no sería sencillo vivir con la vergüenza que sentía, pero vivir sabiendo que el estigma familiar pasaría por siempre como una herencia, era sencillamente insoportable.
   No se atrevía a mirar a sus padres; ni a ellos ni a toda la aldea que había acudido al tribunal encantada de presenciar la humillación. La mentira mantenida durante esos tres años sobre su presunta prometida, su repentina enfermedad y muerte le pesaban como una losa. ¿Por qué no había sido capaz de actuar libremente afrontando con valentía las habladurías nacidas de tradiciones obsoletas y degeneradas?
   Miró al honorable juez Zhao al escuchar que este pronunciaba su nombre y comprobó que aquellos tres hombres asentían señalándole a él y luego a sus padres.
   La aldea entonó al unísono un oh cargado de satisfacción. Ya estaba todo dicho y sentenciado.
   Lo que Xue Yú no podía entender era que aquellos tres hombres hubieran reconocido su delito con tanta facilidad. Todos sabían que en caso de ser descubiertos lo negarían, que siempre ataban bien los cabos por su propio interés para poder seguir ejerciendo su profesión de ladrones de cadáveres. Seguro que había dinero por medio. Un suculento premio a la osadía y un pasaje para exiliarse a algún lugar más remoto todavía para continuar impunemente con su modus vivendi.
   Tres policías le asieron por debajo de las axilas y le pusieron en pie. Miró a su madre que seguía ocultando su rostro con un pañuelo. Su padre mantenía una incómoda dignidad. Habló el honorable juez Zhao:
  
—Joven Xue Yú, reconocidos los hechos es hora de escucharle.

—Honorable juez Zhao, mi delito ha sido tener veintiún años y vivir en esta remota aldea a orillas del Río Amarillo, donde las creencias todavía viven en épocas remotas y han ido degenerando de su verdadera raíz. Somos pobres y ninguna mujer querría casarse conmigo. Tampoco mi familia puede pagar por una esposa. Mi madre no quiso aceptar una novia de paja por el ridículo que caería sobre nosotros. Este es el motivo por el que mis padres recurrieron a esos tres hombres. Sus honorarios, créame, aun siendo bajos, supuso un esfuerzo poder pagarlos. Nunca supimos de qué mujer se trataba, y con el precio que pagaron por ella no esperábamos una hermosa y todavía compuesta esposa. —Hizo una pausa para secarse los ojos y poder mirar a la familia Yao—. Créanme. Si hubiéramos sabido que iban a desenterrar a su honorable madre, señora, jamás lo hubiera permitido. Hubiese vivido con la vergüenza de mi soltería y hubiera aplacado la de mis padres. Solo pido, honorable juez Zhao, que haga justicia sobre mí dejando al margen a mi familia y que en adelante sean prohibidos y perseguidos los Minghun para que nadie más se vea en la angustia de tener que cumplir con creencias que solo atrasan el progreso de la mente humana.

   Dicho lo cual, Xue Yú volvió a tomar asiento sabiendo que tendrían que trabajar de sol a sol para pagar la cuantiosa multa que cubriría aquel denigrante expediente.


-Verónica Calvo-

36 comentarios:

Rafael dijo...

Gracias por dejarnos este original relato, felicidades.
Un abrazo.

Verónica Calvo dijo...

Gracias a ti, siempre, Rafael.

Abrazo.

Maite dijo...

Es curiosa la mentalidad tan tradicional de ciertos pueblos.
Bello relato, aunque un tanto triste.
Y que poderío tiene siempre el dinero...
Besossssss

Alicia dijo...

Me ha gustado mucho. He disfrutado leyendote. Besos

Verónica Calvo dijo...

Sigue pasando en pleno 2017, Maite.
Triste como la realidad.

Besos.

Verónica Calvo dijo...

Me alegra que así sea, Alicia.

Besos.

Anónimo dijo...

Para nuestra mente etnicentrica, resulta curioso y extraño el relato.
Imaginas un casamiento fantasma?.

Lirio del valle.

Noelplebeyo dijo...

una historia que marca la Historia de la humanidad

besos

Patty dijo...

PLOP!!!!!!!!!!!!! me imagino la cara de juez, pobre, pero eso existe aún y muchas tradiciones que obviamente llamarán nuestra atención... besos :*

TORO SALVAJE dijo...

Flipo.
No sabía lo que era el Minghun.

Qué mundo por favor...

Besos.

José Valle Valdés dijo...

Lo encuentro muy bien narrado, amiga. Mucho tu talento.

Abrazo

Mª Jesús Muñoz dijo...

Sorprendida me quedo con estas extrañas costumbres de China, que hacen sufrir a la gente más pobre, Verónica.
Gracias por este regalo, amiga.
Mi abrazo y mi cariño.

Verónica Calvo dijo...

A estas alturas de mi vida soy capaz de inaginarlo, Lirio del valle.
El ser humano me sorprende poco.
Pero esto es terrible.

Abrazo.

Verónica Calvo dijo...

Qué cosas pasan, Profe...

Besos.

Verónica Calvo dijo...

Ya te digo, Patty...

Besos.

Verónica Calvo dijo...

Ves, Toro Salvaje???
Todavía ocurren cosas que nos asombran.
Es que es para flipar.

Bss.

Verónica Calvo dijo...

Muchas gracias, Pichy, siempre tan amable :)

Hoy pasé a leerte y no abría tu blog. Mañana vuelvo.

Abrazo.

Verónica Calvo dijo...

No solo a los desfavorecidos, María Jesús. Se da en todos aquellos que no han encontrado pareja. Está prohibido pero en remotas aldeas se sigue haciendo.
Terrible y horrible.

Abrazo.

lunaroja dijo...

Impresionante,no conocía este tipo de tradiciones,o costumbres tan anacrónicas e impensables,hoy en día.
Muy bien narrado! Muy buen relato!

Verónica Calvo dijo...

Pues en aldeas remotas se sigue haciendo.
La de costumbres y tradiciones que hay y no lo creeríamos...

Beso, Ale, gracias!!!

tecla dijo...

Habladurías y prejuicios son la desgracia de los pueblos pequeños donde todos se conocen.
Parece mentira, pero por desgracia así es.

LA ZARZAMORA dijo...

Qué horror estos arreglos en los que se merca con personas (muertas y/o vivas) y por demasiados rincones del mundo.
¿tradición????

No avanzamos, no.
En todo caso, un interesante relato, y muy bien pincelado,
Corsaria gótica!!!
;)

Y tres mil besos... Sonrío.

Verónica Calvo dijo...

Así es, tecla.
Cualquier ámbito cerrado es claustrofóbico. En este caso la tradición instalada en mentes es el infierno.

Abrazo.

Verónica Calvo dijo...

No avanzamos, no.
Y sí: merca con personas, como sean y como estén. A lo que se llega desde eones. No hay remedio.

Muchas gracias :)
Sonrío desde mi cripta y mi gárgola y yo te mandamos mucho amorcito.

Besos, mi querida Corsaria Rebelde.

Demian dijo...

Jamas uno se libra de tantas tradiciones Vero. Bellisimamente relatado... Un fuerte abrazo

Frontera Esdrújula dijo...

¡Hale! ¡Y prosa, también! Una intrigante y original historia, Verónica, y contada como merece. Un abrazo, hermosa.

Marian Ruiz

Sergio dijo...

Qué sorprendente relato. Y tratado con la suficiente delicadeza como para no juzgar a los personajes por sus costumbres. Se expone el hecho y luego reflexionamos sobre lo que hicieron y si en esas circunstancias no nos quedaría otra opción... Excelente.

Verónica Calvo dijo...

Aparecen por todas partes, Demián, y las hay inofensivas, pero esta es increíble que pese a estar prohibido, se siga haciendo.
Bueno, y lo de quemar viudas en piras funerarias, el ojo por ojo...

Un abrazo y mi gratitud en él.

Verónica Calvo dijo...

Muchas gracias, Marian.
Lo escribí hace tiempo y dudaba si publicarlo o mandarlo a la carpeta donde acaba lo que deshechas.

Un abrazo fuerte.

Verónica Calvo dijo...

Tu comentario, Sergio, me saca sonrisa de satisfacción pues es precisamente eso lo que quería.
Y no anticipar qué es lo que pasa.

Un abrazo grande.

lichazul dijo...

muy buen relato Verito, felicidades :), hay tradiciones que se van haciendo virales así pasen los años en vez de desaparecer van sumando fronteras

abrazooo

Verónica Calvo dijo...

Muchas gracias, Elisa.
Sí que algunas se van haciendo virales. Y no sueleb aportar nada positivo, la verdad.

Besitos!!!

P MPilaR dijo...

Sobre relatos nunca estará todo dicho.
A este, sorprendente y estupendo, le cabe la universalidad en el tiempo: es lo que ocurre justo a dos pasos de nuestro entorno...
Felicidades, Verónica

Marisa dijo...

Un buen relato.

Besos

Verónica Calvo dijo...

Muchas gracias, María Pilar, por hacerme llegar tu comentario.
Me alegra que te guste.
A dos pasos en esta era de la globaluzación.

Abrazo.

Verónica Calvo dijo...

Muchas gracias, querida Marisa.

Besos grandes.