28 de octubre de 2018

Tiempo herido

-Imagen tomada de la red-
Me abismo en tus ojos,
silente y ausente,
como un ocaso sin matices.
No me ves,
porque me escondo.

Me reflejo en tu pupila
y veo el tiempo herido
por los avatares de la vida.
Es hora de renovar,
de salir a mar abierto
y embellecer con coral.

Te haré una corona de espuma
y tú, me bañarás en la pleamar.
Habitaré en tus abrazos,
anidarás en mis raíces.

Este espacio despoblado,
desvestirá el luto anticipado,
y seremos brisa fresca;
suspiro que agoniza
ante lo renovado.


-Verónica Calvo-

22 de octubre de 2018

No tengo alas



La fragilidad,
mero roce oscuro
sobre la piel fina.

Palabras que son cuchillos.

                                 He (re)caído.
A plomo vierto plumas arrancadas.

No tengo alas...

                          Nada.

-Verónica Calvo-
(2015)

18 de octubre de 2018

Sobre el silencio



De lo que se dice
y también se calla.
Del silencio que guardas
y no otorga nada.
De lo no dicho
que queda flotando,
como humo envolvente,
sobre la mirada.

Del silencio cargado de palabras
y de esas palabras silenciadas.

-Verónica Calvo-

14 de octubre de 2018

Buscarte



-Imagen Rita Vega-

Voy a salir a buscarte,
enfundada en el pantalón
negro con cremalleras,
y la camiseta de chica mala.
Llevaré las botas altas
de cordones que me regalaste.
Dejaré las instrucciones
de cómo tratarme, si dejas
el cuaderno de tus dramas.

De fondo la música,
envolverá nuestra velada,
y tu voz será cielo
despejado de borrasca.

Tal vez después de dos carslberg,
los muros caigan.
No habrá temor de ser
carne de canción o de poema.
Me muero por verme reflejada
en tus ojos de esmeralda,
y por sentir tus rizos,
enredarse entre mis dedos.

Esta noche saldré a buscarte
limpia de bruma, y renovada.

-Verónica Calvo-
 (2001)

6 de octubre de 2018

Banda sonora


-Imagen Duy Huynh-

Don Ceferino fue el perfecto marido. Siempre fiel y atento, no olvidaba un aniversario y jamás discutió con su mujer, doña Clotilde, que en gloria esté. Apasionado de la música clásica desde su más tierna infancia, al enviudar esta pasión le llevó a comprar bonos para los conciertos de la Orquesta Nacional de España en el Auditorio Nacional. Podía prescindir de los yogures de sabores con trocitos de fruta, podía incluso prescindir de la barra de pan, pero jamás de un concierto de violín. Acudir a la cita musical era un ritual que seguía a rajatabla: se vestía con elegante sobriedad, se engominaba el pelo que le quedaba, se peinaba el vetusto bigote y se encaminaba con pasos de corchea al auditorio donde, religiosamente, llegaba quince minutos antes de que abrieran las puertas.
   No podía evitar el éxtasis, la sublimación que sentía ante el sonido del violín, la delicada torcedura cervical de su ejecutante y el llanto y la alegría que el arco sacaba a las cuerdas del instrumento. Era todo un erudito.
   Un buen día dejó de acudir a otros conciertos porque solo en el sonido del violín encontraba la máxima conexión con su propia alma. En esos templados sonidos don Ceferino encontraba también la salida de su mundo de orden y silencio, de ausencia y soledad.
   Una tarde de otoño se anunció a lo grande la inminente visita a la ciudad de una virtuosa violinista venida de tierras frías, de aquellas donde hay noches blancas y oscuros desequilibrios internos por su causa. Ante ese panorama de luces y sombras, él sabía por experiencia que el arte era el mejor canalizador para mantener la vida en pulsación. No podía perderse la velada: selección de piezas de Bach para violín.
   Cómo no, llegó con sus quince minutos de anticipo, caminando a paso de fusa esta vez, entre la copiosa lluvia.
Tomó asiento, su asiento de primera fila central, mientras doblaba cuidadosamente y con esmero su elegante gabardina para mantener ocupadas las manos, que empezaban a delatar su impaciencia por dejarse llevar por la magia única que aquella mujer venida del hielo daría al instrumento.
¡Cómo se emocionó don Ceferino en su asiento de abonado del auditorio!
Aquella música fue la más bella y delicada que oyera nunca en su dilatada experiencia de escuchante nato.
   Volvió a su casa despacio, esta vez a paso de semicorchea, abandonado a los efluvios del violín que le envolvían.

Desde aquel concierto don Ceferino camina diferente, y a veces cree que esa mujer sigue tocando el violín solo para él, porque siente que le acompaña a todas partes con aquellos sonidos que quedaron instalados para siempre en él, como compañeros de camino.
   Así de hermosa es la música cuando te toca el corazón y el alma.

-Verónica Calvo-

(Este relato fue publicado en este blog en 2012)

1 de octubre de 2018

Llovió

-Imagen tomada de la red-
Llovio,
y me camuflé
entre las gotas.
La calle
quedó desierta.
Los charcos
se iluminaron
de luces de ciudad.

Llovió,
y yo, en aquel jardín,
caminé despacio.
Las rosas se impregnaron
con la fragancia del ozono,
a la vez que me perfumaba
con el aroma de aquella lluvia
torrencial, que era el presagio
del fin del verano y mi cansancio.


-Verónica Calvo-