21 de diciembre de 2012

Tanka 3





 Beso tus labios
mis deseos entrego
abro mi cuerpo
 sustancia del alma es
siendo tú feliz muero








17 de diciembre de 2012

La olla




Antes de acostarse puso los garbanzos en agua con un poco de bicarbonato. Luego se fue a dormir pero antes añadió a la lista de la compra la col que necesitaba para el “cocido apañao” que tanto éxito tenía entre sus amistades.
A primera hora fue al mercado, hizo las compras y regresó a casa.
Escurrió los garbanzos, los lavó y añadió a la olla los ingredientes: sal, aceite, zanahoria, puerros, un poco de tocino y un trozo de pechuga de pollo.
Cerró la olla a presión y le dió la media hora que requería.
Mientras, aireó la casa, limpió, ordenó y puso la mesa con el mantel que Kike le trajo de Portugal y sacó la vajilla de su abuela.
Eligió un reserva del Gállego y lo llevó a la mesa para ser descorchado diez minutos antes de servir.
Puso música de fondo y se entretuvo regando las plantas de la terraza.
Una vez transcurrió la media hora dejó que escapara lentamente el vapor de la olla y al destaparla aspiró aquel aroma.
Solo por el olor sabía que había quedado exquisito. Se felicitó a si misma por su obra de arte y pasó todo el contenido a una cazuela de barro para guardar el calor.
Troceó la col y la lavó con esmero, la puso en la olla, cubrió con agua y volvió a cerrar la tapa.
Laminó unos dientes de ajo quitándoles el germen y los dejó en una sartén con aceite y el pimentón cerca para rehogar la col antes de llevarla a la mesa.
Mientras se hacía se duchó y arregló.

Algo pasaba.
Un contratiempo. No había manera de abrir la olla.
Ya estaba dando algún problema, pero justo hoy iba a darlos todos.
Pensó en la ley de Murphy y despotricó.
Recurrió a los trucos aprendidos y volvió a poner la olla al fuego. Se calentó un poco y volvió a intentarlo.
Nada.
Enfrió al grifo.
Tampoco.
Intentó dar golpes con el martillo de madera.
Imposible.
“Bueno-pensó-Kike la abrirá.”
A las dos en punto Kike llamaba a la puerta.
Le explicó el percance con la col dentro de la olla y fueron a la cocina.
Kike intentó todo pero lo cierto es que la olla permanecía cerrada a cal y canto. La col se había acorazado allí dentro.
Desistieron, comieron, hicieron animada sobremesa y cuando Kike se fue, bajó la olla al contenedor.
Este estaba lleno, así que dejó la olla en el alcorque del árbol y se fue.

A las dos horas se escuchó un gran revuelo en la calle a la vez que un policía llamaba a su puerta.
Abrió algo asustada.
   - Señora por favor, desaloje el edificio con la máxima brevedad posible.
Agarró una chaqueta al vuelo y corrió escaleras abajo.
Ya en la calle vio policías y artificieros desplegados en torno a su olla.
No dijo nada pero se moría de vergüenza y sólo deseaba que la maldita olla fuera explosionada, que la col volara por los aires y poder subir de nuevo a casa para llamar a Kike, gritarle hasta quedar afónica y luego morirse de risa.

6 de diciembre de 2012

Leteo






Venga el Leteo a mi vida
y llévese tu imagen,
los besos que no me diste
y esta piel que despreciaste.
Quiero flotar en sus aguas,
borrar el perfume que tu sexo dejase,
marchitar por entero este deseo,
hundirme como cobre
y extinguirme en el olvido.
No ser sol en la memoria,
beber en su orilla amapolas
dejándome dormir plácida
en brazos de la amada Nada.
Venga el Leteo,
llévese los versos que libres nos hicieron,
acabe con el frescor que revive
y ahogue en sus abrazos todo lo que dije.

-Verónica Calvo-


(Imagen: Brooke Shaden)

27 de noviembre de 2012

La Sibila y el Filósofo



¿Quién me saca de mi silencio,
de entre las ruinas que me atesoran
y de la mortaja de los tiempos?

La Sibila vio caminar entre la bruma
la gran incógnita de los tiempos.
Desfilaron ante ella esquirlas,
almas perdidas y humo de incienso.

Ante la cueva un fuego clama.
Es el Filósofo que regresa
a beber las aguas donde la paz le calman.

Y miró la luna al cielo,
y quiso besar a la Sibila,
pero ella aguardaba en el Oráculo
que el hombre de la cueva volviera a describirla.

12 de noviembre de 2012

De amores y de lealtades




La primera vez que vi la intensidad de la mirada triste de Víctor fue cuando el sutil humo de una taza de té me la mostró en aquella lluviosa tarde de invierno en Santiago.
Me conmovió hasta el infinito y apreté mis manos bajo la mesa, disimulando un escalofrío.
Víctor no me conocía mucho, pero algo se dio esa tarde entre cigarrillo y cigarrillo y me contó la siguiente historia:

Cinco años atrás Víctor tomó la decisión de ser feliz.
Eso incluía una conversación evitada desde hacía tres años con Alicia, su mujer.
Se habían casado más por rebeldía que por amor y tras siete años de matrimonio, el silencio se había instalado entre ellos y apenas compartían espacio en la casa de las afueras que miraba a la cordillera.
"Al menos tenemos buenas vistas", solía decir Víctor por aquel entonces a modo de ironía y gran verdad.
Pero lo cierto era que él era feliz en brazos de Gilda.
Ambos habían tratado de mantener la compostura, de alejarse, pero no fue posible.
Cuánto más se rechazaban más se atraían.
Así que se armó de valor y decidió poner fin a aquella vida insatisfecha y empezar una nueva junto a la mujer que amaba.
Miraba los largos y elegantes dedos de Gilda mientras se abrochaba la pulsera sentada en la cama cuando sonó el móvil.
En la pantalla apareció el nombre de Alicia.
No atendió pesé a la insistencia.
Se despidió de Gilda con un beso profundo y un gran abrazo.
Subió al coche y partió.
No había nadie cuando llegó.
La casa estaba fría, gélida, así dijo que la sintió, desangelada, como si el tiempo se hubiera parado y una densidad flotara en el aire.
Al poco sonó de nuevo el teléfono. Esta vez era su suegra.
Atendió la llamada.
Y se hizo añicos.
Alicia había tenido un accidente de circulación y estaba moribunda en un hospital. Habían llamado desde su móvil pero no atendía.
Estaba siendo operada de urgencia y apenas había esperanzas de que saliera con vida.
Víctor llamó desde la sala de espera a Gilda y todo terminó.
Alicia meses más tarde salió milagrosamente del hospital en silla de ruedas y así continua a día de hoy.
Todos comentan con admiración el gran amor de Víctor hacia Alicia pero nadie repara en que nunca sonríe.

Víctor me miró y me sacó del recuerdo. Me pidió  que terminara mi té y saliésemos a dar un paseo por la Alameda. Necesitaba ver a Gilda de lejos, como cada jueves.

No sé cómo sucedió pero acabé siendo gran amiga de Alicia al poco tiempo de conocer la historia.
Hace unas semanas me contó que la tarde del accidente regresaba contenta a su casa y que tal vez esa fue la causa de que derrapase y cayera por el puente.
Y me confió el gran secreto: iba a dejar a Víctor porque desde hacía meses había encontrado la felicidad junto a Christian.
Ahora Alicia se siente profundamente agradecida por el amor y lealtad de Víctor.
Si se acuerda de Christian no lo dijo, pero la verdad es que él desapareció aquella tarde. Nunca se puso en contacto con ella.

Y yo me quedo en el silencio de la noche acariciando las teclas de mi ordenador sintiéndome miserable por la gran historia que voy a entregar a mi editor en unos meses sin que ellos lo sepan.
Y pienso, para justificarme tal vez, que la vida es esto, una circunstancia, un aprovechar el viento a favor y no dejar pasar trenes en mitad del desierto.