La primera vez que vi la intensidad de la mirada triste de Víctor fue cuando el
sutil humo de una taza de té me la mostró en aquella lluviosa tarde de
invierno en Santiago.
Me conmovió hasta el infinito y apreté mis manos
bajo la mesa, disimulando un escalofrío.
Víctor no me conocía mucho, pero algo se dio
esa tarde entre cigarrillo y cigarrillo y me contó la siguiente historia:
Cinco años atrás Víctor tomó la decisión de
ser feliz.
Eso incluía una conversación evitada desde
hacía tres años con Alicia, su mujer.
Se habían casado más por rebeldía que por amor
y tras siete años de matrimonio, el silencio se había instalado entre ellos y
apenas compartían espacio en la casa de las afueras que miraba a la cordillera.
"Al menos tenemos buenas vistas",
solía decir Víctor por aquel entonces a modo de ironía y gran verdad.
Pero lo cierto era que él era feliz en brazos
de Gilda.
Ambos habían tratado de mantener la
compostura, de alejarse, pero no fue posible.
Cuánto más se rechazaban más se atraían.
Así que se armó de valor y decidió poner fin a
aquella vida insatisfecha y empezar una nueva junto a la mujer que amaba.
Miraba los largos y elegantes dedos de Gilda
mientras se abrochaba la pulsera sentada en la cama cuando sonó el móvil.
En la pantalla apareció el nombre de Alicia.
No atendió pesé a la insistencia.
Se despidió de Gilda con un beso profundo y un
gran abrazo.
Subió al coche y partió.
No había nadie cuando llegó.
La casa estaba fría, gélida, así dijo que la
sintió, desangelada, como si el tiempo se hubiera parado y una densidad flotara
en el aire.
Al poco sonó de nuevo el teléfono. Esta vez
era su suegra.
Atendió la llamada.
Y se hizo añicos.
Alicia había tenido un accidente de
circulación y estaba moribunda en un hospital. Habían llamado desde su móvil
pero no atendía.
Estaba siendo operada de urgencia y apenas había esperanzas de que saliera con
vida.
Víctor llamó desde la sala de espera a Gilda y
todo terminó.
Alicia meses más tarde salió milagrosamente
del hospital en silla de ruedas y así continua a día de hoy.
Todos comentan con admiración el gran amor de
Víctor hacia Alicia pero nadie repara en que nunca sonríe.
Víctor me miró y me sacó del recuerdo. Me
pidió que terminara mi té y saliésemos a dar un paseo por la Alameda. Necesitaba ver a Gilda de lejos, como cada
jueves.
No sé cómo sucedió pero acabé siendo gran
amiga de Alicia al poco tiempo de conocer la historia.
Hace unas semanas me contó que la tarde del
accidente regresaba contenta a su casa y que tal vez esa fue la causa de que
derrapase y cayera por el puente.
Y me confió el gran secreto: iba a dejar a
Víctor porque desde hacía meses había encontrado la felicidad junto a
Christian.
Ahora Alicia se siente profundamente
agradecida por el amor y lealtad de Víctor.
Si se acuerda de Christian no lo dijo, pero la
verdad es que él desapareció aquella tarde. Nunca se puso en contacto con ella.
Y yo me quedo en el silencio de la noche
acariciando las teclas de mi ordenador sintiéndome miserable por la gran historia
que voy a entregar a mi editor en unos meses sin que ellos lo sepan.
Y pienso, para justificarme tal vez, que la
vida es esto, una circunstancia, un aprovechar el viento a favor y no dejar
pasar trenes en mitad del desierto.