Ya
los labios de ayer han roto el origen del
canto. El sonido acaba en el mar.
No puede saltar desde la inmensidad de
la muerte. En la oscurísima nieve
del invierno, en la ribera, pasa caminando
una grulla. Sus alas desplegadas
sostienen el espacio entre el
cielo y la tierra. Fuego de esplendor
trágico. Cierta clase de martirio. Al
fin y al cabo, las plumas no se
descomponen, sino que regresan a la tierra.
Tienen la promesa de que su
fantasma revoloteará, sujeto al viento. Al
cabo de un momento la soleada terraza
se vuelve húmeda y fría. Ni siquiera la
ventana puede eludir la memoria de
un simple destello en el fondo de un lago. -Lan
Ling- (Pertenece
a El barco de orquídeas, antología de poetisas chinas recopiladas por
Ling Chung y Kenneth Rexroth. Traducción de Carlos Manzano)
Hay
abandono en tu postura. Un
rayo de sol acaricia tu cabello. Tantas
veces quisiste ser aire… Ahora
a la tierra te entregas. Soñaste
un muro de piedra. Un
muro de piedra escalaste. Siendo
tú, tanta tierra, ¿cómo
acabaste siendo aire? Debajo
de tu nombre existe
un campo de trigo. Dentro
de tu mirada la
niebla todo lo abarca. En
un poema inacabado eres
el aire que levanta la tierra. Eres
la tierra que se abandona en el aire. -Verónica
Calvo-
Lo
que duró un minuto. Lo
que sentí en su silencio. Atravesar
el frío de un nombre y
acariciar el filo de su aura. Destellos
en el túnel donde
se diluyen los poemas. Anticipada
ausencia vibrante
de presencia. Y
luego… Regresar
a mi jardín, donde
el verdor cubre con su manto la
tristeza. Lo no dicho. Lo sentido. Hay
un ave que vuela libre en
mi libreta. -Verónica
Calvo-
Regresó
el viento. Y
meció mi poema en su pluma. Supe
que nada, es. Y, a la vez, lo es
todo. Separar
tu sonrisa de
mi ansia. Juntos
en el blanco de una página. El
viento nos lleva, nos
despeina y nos trae. Mi
verso se une a tu palabra. Supe
que todo, es. Y a la vez, es
nada. Regresó
el viento. Se
deshizo mi poema entre tu cielo y mi alborada. -Verónica
Calvo-