Un niño blanco de algodón descansa en una nube. Contempla el cielo azul en este estío despejado. En sus ojos se refleja la luz de la tarde y la suave brisa deshilacha su figura.
Feliz él no ve otras nubes que se acercan por el norte del mismo cielo donde se mece.
Este niño blanco, algodón deshilachado, no sabe que él mismo es una nube.
Ríe al sentir el frescor que le compone: gotas diminutas de agua, condensación de vapores.
Poco a poco se desvanece, contento, inconsciente de él mismo, asombrado del mundo que le contiene.
Y le miro desde mi ventana... es apenas ya una línea en el cielo azul inmenso mientras las nubes del norte, grandes, blancas, como ovejas esponjosas, van poblando mi mente en la pareidolia de sus formas.
Verónica Calvo
-Imagen tomada de la red-