Ayer volviste a ese lugar tan nuestro.
Nadie sabe nada, aunque creen saberlo todo. Son esas pequeñas cosas tan
nuestras que nos engrandecen.
Te vi tenderme la mano.
Yo, la tomé.
Ayer recibí todo de ti. Ayer todo te lo
di.
De fondo, nuestra canción.
Si pudieran
oírla (y entenderla), dirían que es derrotista. Solo nosotros sabemos el
peso que tiene en nuestras vidas. De ella, de su aparente conformismo, nos
desprendemos de tanta patada y desilusión y nos recomponemos, en un baile, que
ni entienden ni les pertenece.
Somos lo que nos apetece ser ahora; a
pesar de los pasos perdidos con sus ecos.
Ayer regresaste, intacto y en silencio.
Te di mi mano.
La retuviste entre las tuyas.
La noche puede ser oscura, tétrica y
asesina. Noches así hay que saber aguantarlas. Sobrevivirlas. Nuestra noche siempre
es hermosa. Inspira y aúna estas locuras que a nadie le interesan.
La noche se encuentra en la oscuridad, que
media, entre mi mente y tu mirada.
La poesía, vamos a dejársela a los buenos
poetas. La metáfora se queda en el pestañeo que solo nosotros entendemos. Ahora
se trata de prosa.
Prosa que resbala por mi espalda y muere
en el suspiro de tu Letra.
Ayer regresaste, a este lugar que a
nadie importa, y que huye de pareceres y análisis.
Y como el humo, que escapa por una
ventana abierta, te fuiste dejándome toda esta paz teñida de nostalgia, que me
mantiene.
-Verónica Calvo-