-Imagen tomada de la red-
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Miró
incrédula a la rama
y
a viva voz preguntó:
¿Cómo
es posible
que
aquí abajo me encuentre,
desunida
de ti, y entre
la
muerta hojarasca me quede
sin
aire que me lleve?
Y
el roble simplemente suspiró sereno:
—Es
ley de vida que así sea.
Más
la pobre hoja desprendida
no
podía asumir su desdicha
y
volvió a hablar ahora quejumbrosa:
—No
puedo quedar aquí en el olvido.
Tierra
poblada de secas hojas
en
ellas te contemplo,
como
a ese cielo tan azul
que
hace que sienta ganas de llorar.
Imploro
al viento que venga,
que
me eleve y me lleve a otro lugar,
lejos
de tu presencia desleal.
Porque
unida a ti estaba
procurándote
alivio y vida
y
ahora aquí nada soy ya.
Pero
el roble calló imperturbable.
El
aire no compareció
y
la hoja día a día fue secándose
mirando
al roble y llorando celeste cielo.
Pasó
el tiempo y en humus se transformó.
Nunca
supo que su sino era ese:
acabar
siendo una con Madre Tierra.
-Verónica
Calvo-
(29
de septiembre de 2012)