25 de diciembre de 2012

A una hoja




Hoy una hoja de otoño ha resbalado 
y en su liviana caída hacia el suelo,  
como queriendo encontrar su consuelo,
un susurro inaudible ha entregado.

Recuerda la primavera y la brisa
repleta de olores de nardo y rosa,
fragancias del jardín donde reposa,
siguió suspirando la hoja entre risas.

Pobre hoja desprendida por el viento
cuya vida eterna ella la creyera
y encontró el olvido, marchito y frío.

Aquí ahora la miro y me sustento
en la brevedad de su primavera, 
de su frágil recuerdo ahora mío.

-Verónica Calvo-

21 de diciembre de 2012

Tanka 3





 Beso tus labios
mis deseos entrego
abro mi cuerpo
 sustancia del alma es
siendo tú feliz muero








17 de diciembre de 2012

La olla




Antes de acostarse puso los garbanzos en agua con un poco de bicarbonato. Luego se fue a dormir pero antes añadió a la lista de la compra la col que necesitaba para el “cocido apañao” que tanto éxito tenía entre sus amistades.
A primera hora fue al mercado, hizo las compras y regresó a casa.
Escurrió los garbanzos, los lavó y añadió a la olla los ingredientes: sal, aceite, zanahoria, puerros, un poco de tocino y un trozo de pechuga de pollo.
Cerró la olla a presión y le dió la media hora que requería.
Mientras, aireó la casa, limpió, ordenó y puso la mesa con el mantel que Kike le trajo de Portugal y sacó la vajilla de su abuela.
Eligió un reserva del Gállego y lo llevó a la mesa para ser descorchado diez minutos antes de servir.
Puso música de fondo y se entretuvo regando las plantas de la terraza.
Una vez transcurrió la media hora dejó que escapara lentamente el vapor de la olla y al destaparla aspiró aquel aroma.
Solo por el olor sabía que había quedado exquisito. Se felicitó a si misma por su obra de arte y pasó todo el contenido a una cazuela de barro para guardar el calor.
Troceó la col y la lavó con esmero, la puso en la olla, cubrió con agua y volvió a cerrar la tapa.
Laminó unos dientes de ajo quitándoles el germen y los dejó en una sartén con aceite y el pimentón cerca para rehogar la col antes de llevarla a la mesa.
Mientras se hacía se duchó y arregló.

Algo pasaba.
Un contratiempo. No había manera de abrir la olla.
Ya estaba dando algún problema, pero justo hoy iba a darlos todos.
Pensó en la ley de Murphy y despotricó.
Recurrió a los trucos aprendidos y volvió a poner la olla al fuego. Se calentó un poco y volvió a intentarlo.
Nada.
Enfrió al grifo.
Tampoco.
Intentó dar golpes con el martillo de madera.
Imposible.
“Bueno-pensó-Kike la abrirá.”
A las dos en punto Kike llamaba a la puerta.
Le explicó el percance con la col dentro de la olla y fueron a la cocina.
Kike intentó todo pero lo cierto es que la olla permanecía cerrada a cal y canto. La col se había acorazado allí dentro.
Desistieron, comieron, hicieron animada sobremesa y cuando Kike se fue, bajó la olla al contenedor.
Este estaba lleno, así que dejó la olla en el alcorque del árbol y se fue.

A las dos horas se escuchó un gran revuelo en la calle a la vez que un policía llamaba a su puerta.
Abrió algo asustada.
   - Señora por favor, desaloje el edificio con la máxima brevedad posible.
Agarró una chaqueta al vuelo y corrió escaleras abajo.
Ya en la calle vio policías y artificieros desplegados en torno a su olla.
No dijo nada pero se moría de vergüenza y sólo deseaba que la maldita olla fuera explosionada, que la col volara por los aires y poder subir de nuevo a casa para llamar a Kike, gritarle hasta quedar afónica y luego morirse de risa.

6 de diciembre de 2012

Leteo






Venga el Leteo a mi vida
y llévese tu imagen,
los besos que no me diste
y esta piel que despreciaste.
Quiero flotar en sus aguas,
borrar el perfume que tu sexo dejase,
marchitar por entero este deseo,
hundirme como cobre
y extinguirme en el olvido.
No ser sol en la memoria,
beber en su orilla amapolas
dejándome dormir plácida
en brazos de la amada Nada.
Venga el Leteo,
llévese los versos que libres nos hicieron,
acabe con el frescor que revive
y ahogue en sus abrazos todo lo que dije.

-Verónica Calvo-


(Imagen: Brooke Shaden)

27 de noviembre de 2012

La Sibila y el Filósofo



¿Quién me saca de mi silencio,
de entre las ruinas que me atesoran
y de la mortaja de los tiempos?

La Sibila vio caminar entre la bruma
la gran incógnita de los tiempos.
Desfilaron ante ella esquirlas,
almas perdidas y humo de incienso.

Ante la cueva un fuego clama.
Es el Filósofo que regresa
a beber las aguas donde la paz le calman.

Y miró la luna al cielo,
y quiso besar a la Sibila,
pero ella aguardaba en el Oráculo
que el hombre de la cueva volviera a describirla.