Le mira a los ojos.
Toma un trago corto de la copa de vino blanco, bien frío, como a ella le gusta.
Vuelve a mirar sus ojos y baja los suyos.
Toma un trago corto de la copa de vino blanco, bien frío, como a ella le gusta.
Vuelve a mirar sus ojos y baja los suyos.
"Cuando
me entrego feliz a los desvelos
que arrinconan mis sueños
y abro mi esencia al placer de tu fuerza,
siento que renazco y muero
en este laberinto donde desespero."
y abro mi esencia al placer de tu fuerza,
siento que renazco y muero
en este laberinto donde desespero."
Acaricia el borde la copa sin
mirarle.
Se relaja.
Se abandona por un instante y en secreto, nadie mira, nadie lo sabe (ahora todos lo sabemos), balancea con elegancia el zapato que parece un equilibrista empeñado en no caer a la alfombra de seda que sus dedos ansían acariciar.
Se relaja.
Se abandona por un instante y en secreto, nadie mira, nadie lo sabe (ahora todos lo sabemos), balancea con elegancia el zapato que parece un equilibrista empeñado en no caer a la alfombra de seda que sus dedos ansían acariciar.
"Me distraigo en tu belleza
Quiero arañar tu cuerpo, morderte por entero
Sublime castigo que ansían mis sentidos
Y me pierdo... y te sueño...
Cierro los ojos y te poseo."
Quiero arañar tu cuerpo, morderte por entero
Sublime castigo que ansían mis sentidos
Y me pierdo... y te sueño...
Cierro los ojos y te poseo."
Vuelve a beber, ahora un trago largo que delata sutilmente (tanto que él no se entera, menos mal, aún) que tiene el interior alborotado, lleno de burbujas y fluidos fluyendo por cada rincón vital que la componen.
Cae el zapato (¡por fin!), el pie queda quieto, los sentidos alerta.
Pero se inhibe momentáneamente.
Baja su pie desnudo y roza con las
puntas de sus dedos la alfombra.
Se eriza, un latigazo recorre su espalda y eleva discretamente sus pechos a la vez que sacude disimuladamente la cabeza y el brillo de su larga melena (negra como ala de cuervo), lanza destellos como si fuera la cabeza de una santa (antes de caer en delicioso pecado, claro).
Desea tocarle, y muy despacio, recreándose en el placer que produce el suave y delicioso tacto de la seda en sus pies, comienza el erótico avance hacia la anatomía deseada de él.
Se eriza, un latigazo recorre su espalda y eleva discretamente sus pechos a la vez que sacude disimuladamente la cabeza y el brillo de su larga melena (negra como ala de cuervo), lanza destellos como si fuera la cabeza de una santa (antes de caer en delicioso pecado, claro).
Desea tocarle, y muy despacio, recreándose en el placer que produce el suave y delicioso tacto de la seda en sus pies, comienza el erótico avance hacia la anatomía deseada de él.
"Lentamente, amor,
pausadamente,
recorreré los caminos
que me llevan a la esencia
donde la caída es sublime,
y el alma se eleva en unión.
perfecta, acoplada y auténtica,
siendo todo y nada contigo."
Ya casi ha llegado su pie. Siente eso que dicen que es el aura -¿qué otra cosa
podría ser -, y duda si rozarle la punta de su zapato o iniciar un atrevido
ascenso por la pierna.
Mientras lo medita con sus hormonas, acaricia descaradamente el borde de la elegante copa mirándole desde los fuegos de sus pupilas y sonriente eleva despacio el pie...
Mientras lo medita con sus hormonas, acaricia descaradamente el borde de la elegante copa mirándole desde los fuegos de sus pupilas y sonriente eleva despacio el pie...
"No hace falta la luna,
ni velas ni melodías.
Sólo tu presencia y la mía
en esta mágica noche donde consumiremos
en cuerpo y alma estas ansias que nos empañan."
Sólo tu presencia y la mía
en esta mágica noche donde consumiremos
en cuerpo y alma estas ansias que nos empañan."
Entonces él, que ha estado mirando el escote de ella, deja los cubiertos sin gracia ni elegancia sobre el fino mantel de hilo que ella ha tardado horas en desempolvar del olvido, blanquear donde amarilleaba y planchar entre vapores y sudores (es lo que tiene heredar la ropa blanca de la bisabuela), y sonriendo mientras baja de nuevo la vista a su escote para volver a sus ojos, bebe un trago apresurado sin limpiarse la boca y sonriendo, ajeno a que entre sus dientes luce verde un trozo de lechuga, dice:
- Qué bien cocinas. Para que yo me coma unas verduras ya tienen que estar buenas... Y de postre... ¿Con qué me vas a sorprender?
La música interna y el diálogo
poético de ella han cesado de golpe. Ha escuchado un estruendo parecido al que
producía una aguja sobre un vinilo rayado.
Y es que hay quien se sorprende de
las migrañas repentinas... y crónicas.