26 de marzo de 2018

Haikus de cisnes

-Imagen tomada de la red-


Sereno lago
con elegancia el cisne
abre las aguas

***
En agua mansa
entre juncos y peces
un cisne nada

***
Cuando anochece
rompe la calma el canto
del cisne blanco

-Verónica Calvo-



22 de marzo de 2018

Sobre esto que llamamos vida


-Imagen Remedios Varo-
Entre lo bello
y lo inquietante:
tu espíritu.

De tu luz
a tu sombra
media un paso.

Que ahora fluye
y mañana se obstruye,
dónde queda la actitud.

Y es así
como vamos haciendo vida:
entre lo que conmueve
y lo que nos aterra.


-Verónica Calvo-

18 de marzo de 2018

Reencontrarte

-Imagen tomada de la red-
Regresar
en una noche de lluvia
y dejar que el cristal
se empañe mientras sonríes.

De fondo,
Lithium de Evanescence
y una caja de bombones
con un tremendo lazo cursi.

El aire se llena de sorpresa,
de interrogaciones
y hasta de exclamaciones.

Nos miramos.
Nos reconocemos.

Tú sí que sabes darme la bienvenida.

Y dicen que París era una fiesta

-Verónica Calvo-

(Al Capitán B,2016)

14 de marzo de 2018

Un relato en el que pocos creen

-Imagen tomada de la red-

Era su tercer mes en el nuevo trabajo y hasta ahora todo había ido bien. La noche no le imponía, la soledad y el aislamiento no le sobrecogía, ya conocía los crujidos y sonidos del viejo edificio que vigilaba, se había acostumbrado a la compañía del viejo Vigilante y sus nervios estaban más que templados y curtidos en este oficio.
   No. Él no creía en esas historias para no dormir. Jamás, ni de niño, había creído en ello. Esta es la razón por la que accedió, sin problemas, al turno de noche. Sus compañeros, un montón de susceptibles por no calificar de peor manera, le miraban con una mezcla de admiración y desconfianza. Mejor para él: solo con su radio y sin aguantar conversaciones ni fanfarronadas.
   Pero la extraña actitud de Vigilante le puso algo nervioso. Levantaba la cabeza y agudizaba el oído en ese movimiento de orejas que recuerda a una antena parabólica buscando o rastreando señal para acto seguido, encogerse y temblar como si tuviera frío. Y lo más raro: le miraba a los ojos como suplicando algo. El viejo perro era tranquilo. Hacía las rondas con absoluta normalidad a excepción del último piso, pero nada destacable. Al fin y al cabo, esa planta estaba en muy mal estado y el animal ya tenía cataratas. Cuando recorrían el largo pasillo, Vigilante casi siempre lloriqueaba quedo y tanteaba con las patas delanteras el terreno. Inseguridad, nada más. Juan pensó que el pobre bicho entraba en sus últimos días y se compadeció de él dándole unos golpecitos en el lomo.
   Otra vez ese ruido. Vigilante se escondió bajo la mesa de la garita. Juan tomó la linterna, obligó al perro a levantarse y tomó la porra que siempre le acompañaba. Miró el reloj: adelantaría la ronda quince minutos.
   De la primera planta a la quinta todo en orden. Las habitaciones cerradas con llave y ningún sonido tras ellas. Vigilante reculó en el tercer escalón y Juan tuvo que agarrarle del collar y obligarlo a subir. Sexta planta. Silencio. El perro jadeaba nervioso pegado a la pierna izquierda de Juan, que, linterna en mano y oído atento, trataba de seguir un posible rastro de aquel ruido que sonaba a arrastre de muebles y golpe de canica. Nada. Avanzó lento, atento a todo y haciendo que Vigilante le siguiera el paso. ¿Y eso? ¿Un susurro? ¿Qué ha dicho?
Juan sintió las pulsaciones disparadas. Miró al perro y este muy nervioso trató con sus movimientos bruscos, soltarse de Juan. Otra vez ese susurro y esta vez acompañado de un frío tan helador que de su boca salía vaho, como de las fauces del perro. No. Él no creía en nada de aquellas chaladuras que contaban sus compañeros.
   Trató de calmar al perro, pero este consiguió zafarse y huyó escaleras abajo emitiendo alaridos. Masculló una blasfemia y se volvió, iluminando el frente a la vez que echaba mano a la porra.
   Y allí estaba. Un niño pequeño de otra época flotando en el aire, tan blanco como un sepulcro a la luz de la luna, sus ojos dos cuencas negras vacías, susurrando algo que no entendía y sin pies. Ese niño no tenía pies pues se difuminaba de cintura para abajo hasta hacerse traslúcido. Y de pronto, cesó. Desapareció la visión, el frío y la estupefacción.
   No. Él no creía en esas historias para no dormir. Jamás, ni de niño, había creído en ello. Pero entonces, ¿qué era eso que había visto?


-Verónica Calvo-

10 de marzo de 2018

Máximas mínimas 3

-Imagen tomada de la red-

Un sábado cualquiera, 
tuve una cita con la incertidumbre.
Y encaminé mis pasos lentos, 
hacia un encuentro entre atasco y frío.
No quise pensar que tal vez el atasco
y el frío eran una metáfora.

La noche se me antojaba interesante.
Me anestesiaba del ruido, la gente, 
las angustias 
y todas las consecuencias.

Y desde entonces,
tengo una noche 
atravesada en la memoria.

 -Verónica Calvo-