-Imagen Katia Chausheva-
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Hasta
entonces
nadie
me había escuchado.
Todos
venían a mí
con
sacos y sacos
de
palabras
y
ahí me quedaba yo
y
ahí me dejaban ellos
como
un burro
al
borde del precipicio,
deslomada
por el peso ajeno
y
sin poder aligerar
ni
un solo gramo
de
mis propias alforjas.
Ahora,
mientras
hablan y hablan,
pienso
en lo que me ha dicho
el
príncipe rojo
y
sonrío:
No
los perdones
porque
saben lo que hacen.
(De
El príncipe rojo)