Los
hay que cada día
ensayan
su muerte.
Tal
vez rememoren
plácidos
vaivenes
en
el líquido amniótico.
Otros,
sentados en erosionados
escalones
de piedra,
conjuran
contra los necios
y
enarbolan palomas por bandera.
Hay
quien tras un mal día,
destroza
un bar
en
una pésima borrachera.
Le
miran y le rehúyen,
con
temor a contagiarse.
Muchos,
en la privacidad
de
su coche,
gritan
insultos hacia
las
personas de su entorno.
A
estos casi les sonreímos.
Quién
no lo ha hecho.
Hay
una raza casi extinguida.
Son
especímenes que caminan
tranquilos,
sonrientes.
Les
miramos, no con envidia,
con
desconfianza.
Porque
nos recuerdan
demasiado
a quienes fuimos,
cuando
creíamos que el mundo
era
seguro, y nosotros,
no
éramos aun el animal
que
llevamos dentro.
Verónica
Calvo