Un tiempo fui una chica con
futuro.
Podía leer a Horacio y a
Virgilio en latín
y recitar a Keats completo de
memoria.
Al entrar en sus cuevas, los
adultos
me capturaron: comencé a parir
hijos de un hombre estúpido y
creído.
Ahora cuando puedo lleno el vaso
y lloro al recordar algún verso
de Keats.
Una no sabe, cuando es joven,
que no hay lugar alguno
donde poder quedarse para
siempre.
Y le parece extraño si no llega
aquel o aquella en quien hallar
descanso.
Una ignora, de joven, que los
principios
no se
parecen nunca a los finales.
(Los
motivos del lobo)