Antes de acostarse puso los garbanzos en agua con un poco de
bicarbonato. Luego se fue a dormir pero antes añadió a la lista de la compra la
col que necesitaba para el “cocido apañao” que tanto éxito tenía entre sus
amistades.
A primera hora fue al mercado, hizo las compras y regresó a
casa.
Escurrió los garbanzos, los lavó y añadió a la olla los
ingredientes: sal, aceite, zanahoria, puerros, un poco de tocino y un trozo de
pechuga de pollo.
Cerró la olla a presión y le dió la media hora que requería.
Mientras, aireó la casa, limpió, ordenó y puso la mesa con el
mantel que Kike le trajo de Portugal y sacó la vajilla de su abuela.
Eligió un reserva del Gállego y lo llevó a la mesa para ser
descorchado diez minutos antes de servir.
Puso música de fondo y se entretuvo regando las plantas de la
terraza.
Una vez transcurrió la media hora dejó que escapara lentamente
el vapor de la olla y al destaparla aspiró aquel aroma.
Solo por el olor sabía que había quedado exquisito. Se felicitó
a si misma por su obra de arte y pasó todo el contenido a una cazuela de barro
para guardar el calor.
Troceó la col y la lavó con esmero, la puso en la olla, cubrió
con agua y volvió a cerrar la tapa.
Laminó unos dientes
de ajo quitándoles el germen y los dejó en una sartén con aceite y el pimentón
cerca para rehogar la col antes de llevarla a la mesa.
Mientras se hacía se duchó y arregló.
Algo pasaba.
Un contratiempo. No había manera de abrir la olla.
Ya estaba dando algún problema, pero justo hoy iba a darlos
todos.
Pensó en la ley de Murphy y despotricó.
Recurrió a los trucos aprendidos y volvió a poner la olla al
fuego. Se calentó un poco y volvió a intentarlo.
Nada.
Enfrió al grifo.
Tampoco.
Intentó dar golpes con el martillo de madera.
Imposible.
“Bueno-pensó-Kike la abrirá.”
A las dos en punto Kike llamaba a la puerta.
Le explicó el percance con la col dentro de la olla y fueron a
la cocina.
Kike intentó todo pero lo cierto es que la olla permanecía
cerrada a cal y canto. La col se había acorazado allí dentro.
Desistieron, comieron, hicieron animada sobremesa y cuando Kike
se fue, bajó la olla al contenedor.
Este estaba lleno, así que dejó la olla en el alcorque del árbol
y se fue.
A las dos horas se escuchó un gran revuelo en la calle a la vez
que un policía llamaba a su puerta.
Abrió algo asustada.
- Señora por favor, desaloje el edificio con la máxima brevedad
posible.
Agarró una chaqueta al vuelo y corrió escaleras abajo.
Ya en la calle vio policías y artificieros
desplegados en torno a su olla.
No dijo nada pero se moría de vergüenza y sólo deseaba que la
maldita olla fuera explosionada, que la col volara por los aires y poder subir
de nuevo a casa para llamar a Kike, gritarle hasta quedar afónica y luego morirse de risa.