1 de junio de 2012

Saber




Ustedes deberían saber
que me reflejo en las palabras,
que si dos gatos maúllan a la luna
yo me uno sonriendo con un aria.

Ustedes no saben que
el averno es mi misterio,
y el cielo un gran invento,
que ni ardo en el fuego
ni me gano el firmamento.

Nadie debería saber
que soy mujer de luna y plata,
eterna Sibila sin oráculo,
ni inciensos, ni patria.

Y todos saben que
entre lejanas quebradas,
vi el sol posarse entre nieve,
aquella noche oscura y cerrada,
cuando las estrellas me acompañaban.

(Imagen: Hu Jun Di)

14 de mayo de 2012

Féminas 2




   -No miréis, acaba de entrar Celia.-Dijo Lola.
Todas bajaron la mirada al fondo de la taza que sostenían entre las manos.
   -Es que yo no puedo mirarla, ni cuando me habla.-Dijo Marta.
   - ¿Y cómo haces entonces?-Preguntó Lola con mucha curiosidad.
   -Pues desenfoco la mirada. Desde que Noe me contó el cotilleo de hace once años, es que no puedo mirarla sin verla de rodillas. –Confesó Marta.
   -Pero calla, loca, que te va a oír. –Dijo Lola bajando la voz y haciendo un gesto parecido a un ratoncillo asustado.
   -¿De rodillas?  ¿Y eso?-Dijo Paloma.
   -No me digas que tú no sabes lo de Celia.-Se asombró Lola.
   -No. Y aunque no la conozco nada más que de hola y adiós me encantaría enterarme.-Dijo Paloma estirándose en la silla.
   -Bueno, allá tú, no podrás mirarla a la cara sin verla de rodillas entonces.-Sentenció Marta.
   -Mira que eres sensible, por el amor de dios, Marta.-Casi grita Lola.
   -No es eso Lola, es que no le pega, la verdad. Tiene ese aire de sucedáneo de pija de caseta en feria y que no, que no le pega.-Sentenció Marta a la vez que tomaba la taza entre sus manos.
 Lola empezó a reír disimuladamente y aunque tentada de repasar a Celia de arriba a bajo, se contuvo.
   -Bueno, me lo cuentas o qué –Reclamó Paloma muerta de curiosidad.

Las tres amigas dejaron las tazas en la mesa y a la vez acercaron sus cabezas como en un aquelarre.
   -Bueno, hace once años Celia trabajaba de comercial en “Pleamar” y un buen día entró la mujer de Gonzalo. Como no estaba Celia en su mesa entró sin más al despacho y allí se encontró a Celia de rodillas totalmente entregada a una felación que le dejaba a Gonzalo con los ojos en blanco.-Cuchicheó Marta.
   -¡No me digas, por dios! –alzó la voz Paloma.
   -¡Pero cállate, que nos va a oír y a ver cómo la miramos entonces!-Dijo Lola divertida.
   -No veas la que se formó, imagínate. La mujer empezó a gritar y la gente que pasaba por la calle entró alarmada pensando que algo grave estaba sucediendo y allí se encontraron con Celia aún de rodillas, a Gonzalo con el pantalón de aquella manera y a Cristina agarrándose el pecho como si la fuera a dar un infarto llamando de todo a Celia.-Se produjo un breve silencio.-Y es que desde que me lo contó no puedo verla de ninguna otra manera, es horrible.-Marta miró de reojo a Celia por encima de su taza.

Dicho esto se echaron para atrás, tomaron de nuevo la taza entre sus manos y sorbieron con deleite un poco del té casi frío ya.
No hablaban pero miraban disimuladamente a Celia.
Lola se echó hacia delante:
   -Qué fina estás últimamente, Marta, mira que decir felación…
   -Mujer, es por suavizar la situación, digo yo...-Dijo Paloma.
Marta se quedó callada, ensimismada mirando a Celia de reojo mientras Paloma y Lola se daban disimuladamente codazos.
  -Mira qué incómodo, de rodillas, sin nada debajo.-Dijo Marta.
  -Claro, como tienes las rodillas en puro hueso a ti te dolerían.-Sentenció Lola.
  -Es que no todas llevamos almohadón de fábrica, sabes.-Contestó Marta con tono molesto.
  -Haya calma, chicas.-Dijo Paloma resignada.

Celia se volvió mirándolas.
Todas ellas desenfocaron la mirada mientras Celia, con su taza de café en la mano se acercaba.

3 de mayo de 2012

Poema de la Luna cómplice















La luna a mi izquierda
no esconde su mano
ni escribe renglones torcidos
en nombre de Dios.
Calla y otorga
el silencio privado 
que rompe el eco de mi muda voz.


30 de abril de 2012

Caí



Caí suave, 
como una mariposa de papel
sobre tu atardecer.
Me tomaste,
en el silencio
que vive hacia dentro,
y se hace resonancia
cuando el deseo brota.
Quise evaporar de la piel
los recuerdos del ayer,
túneles infinitos
donde llueven abriles
cargados de nostalgias.
Y siendo mar encrespada,
tomé fuerte tu mano
siendo guiada 
hacia amaneceres
donde placeres aguardan.

(Imagen: Elena Baca)

                                  

22 de abril de 2012

Homenaje a mis libros


Sentí el tacto del pomo de la puerta y acudieron a mi mente miles de imágenes, sensaciones, risas y nostalgias. Tomé aire, erguí mi espalda y giré el pomo con mano temblorosa.
Silencio reinando entre silencio. 
Una tenue luz ámbar procedente de la claraboya iluminaba la estancia. El olor a papel y el aire empobrecido hicieron que me sintiera de vuelta a mi infancia. Casi podía ver ante mis ojos imágenes de otra época, cuando mi tía había cerrado la tienda y yo jugaba a saltar en una pierna mientras contaba hasta mil. Mi tía ponía orden en el libro de ventas y yo, cansada de saltos, me tranquilizaba recorriendo las estanterías en busca de algún título que me hiciera imaginar alguna aventura. Por aquel entonces los libros me parecían extraños objetos que contenían hormiguitas negras en papeles blancos.
Así crecí, jugando a abordar barcos porque yo era la pirata más valiente del mundo, jugando a la rayuela cuando mi madre me ponía un vestido con instrucciones de no mancharlo y soñando con los ojos abiertos con que algún día tendría una varita mágica para fabricarme un mundo a medida.

Y ahora estaba allí, sola, con un vestido que se podía manchar, sin más juegos que disimular mi malestar ante los ojos ávidos de flaquezas ajenas y sobre todo, con mi mundo hecho pedazos a mis pies.
Sola.
 Cerré la puerta suavemente, como no queriendo despertar al polvo que cubría los recuerdos y casi caminando de puntillas, me situé debajo de la claraboya. El haz de luz ambarino tranquilizó mis resistencias y rompí a llorar.
Desfilaron ante mí todos mis familiares y sueños que están en el mundo de los ausentes y añoré enormemente a mi tía, que se fue discretamente mientras leía una noche un poemario que alguien dejó envuelto en papel de seda azulado en el alfeizar de la ventana de la tienda para que lo leyera.
Y ahora estaba yo allí, petrificada, muerta de miedo ante la idea de que había aceptado hacerme cargo de la librería.

Recordé que empecé a leer el mismo día que me cansé de los abordajes, ya no manchaba mis ropas fueran las que fuesen y la rayuela era sólo un olvido. Recuerdo que mi tía me llevó un vaso de chocolate caliente y un libro que se llamaba "La cabaña del tío Tom".
Aquel libro que no era ni gordo ni delgado, ni con letra pequeña ni grande, con algún dibujo desperdigado entre las páginas, me atrapó de tal manera que hizo plantearme seriamente dedicar mi vida a defender los derechos de los desfavorecidos. 
Mis juegos empezaron a ser otros desde que cerré el libro tras la palabra fin. Disfrutaba leyendo los libros de las estanterías y me sentía muy afortunada por tener al alcance de las manos tantas historias a mi disposición. 
Los libros de Allan Poe acompañaron mi adolescencia. Leía hasta la mitad el relato y ávida, escribía la otra mitad. Luego se lo leía a mi tía y juntas acabábamos de leer el resto del relato, que casi siempre acababa de una manera parecida al mío, lo cual me desconcertaba hasta que alguien, años después, me dijo que una historia bien construida, con una línea de acción bien desarrollada, inevitablemente llevaban a un desenlace lógico.

Desde entonces muchos libros han sido mis compañeros de viaje y etapas, pero desde que cayera en mis manos "El guardián entre el centeno" cuando cumplí veintidós años, ha sido mi compañero de vida. Siempre me sentí un poco como Holden Caulfield. Quise ayudar a los desfavorecidos sin saber que yo era la primera de la lista. Quise mantener el control con justicia y ecuanimidad y acabé derrotada por mis propios valores. Sólo quise vigilar entre el centeno que nadie sufriera y acabé sepultada en batallas ajenas. Por eso camino de puntillas, para pasar desapercibida, como Holden, vagando por la ciudad con un rumbo que nunca llega, para acabar en un lugar donde nos van a curar de la fragilidad de nuestros interiores. 
Este es mi psiquiátrico desde que acepté el reto de la responsabilidad.

Ha pasado un año y medio. Ya no camino de puntillas. Ahora piso con firmeza, sonrío y si me mancho la ropa, no me importa. 
Volví a leer mi maltrecho libro de Salinger mientras me instalaba, tomaba con serenidad las riendas de la librería y me ponía al día en mi nueva vida.
Tengo nuevos compañeros de camino que me hacen soñar, reír, preocuparme y sobre todo, elevarme. Holden sigue conmigo. Está bajo el mostrador intentando recomponer su mundo mientras yo casi tengo el mío en paz sin necesidad de varitas inexistentes.

Poemas, relatos, novelas... todo un mundo donde me sumerjo olvidada de mí para retomar el placer de jugar a completar la mitad del relato para seguir asombrándome del resultado.
"En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo". Son las palabras finales de Holden y acuden a mi mente como un recordatorio. Hoy hecho tanto de menos a los ausentes... mejor no seguir contando más, aunque las añoranzas sean fuente de inspiración, todavía no ha llegado el momento para ello...

Fue publicado en este blog el 3 de mayo de 2009 y hoy lo rescato como homenaje al pasado día 2, Día Mundial del Libro Infantil y Juvenil, y para mañana, Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.