Pobres
princesas aquellas,
en
sus altas torres
húmedas,
frías, insalubres.
Tan
aburridas,
eternamente
cosiendo
para
no suicidarse
contra
su desidia.
Un
día igual a otro
y el
otro como el siguiente.
Ajadas
y polvorientas,
olvidadas
como un viejo
vestido
al fondo del armario.
Y yo,
emperatriz de mi mundo,
tengo
una habitación calentita,
llena
de libros amigos,
y el
ordenador siempre a mano.
Escribo,
veo películas,
escucho música.
Me
entretengo,
y de
tanto en tanto,
me
visitan
para ver si sigo viva.
Cómo
han cambiado los encierros y los exilios,
ya
sean involuntarios, o voluntarios.
-Verónica Calvo-