25 de julio de 2014

Océano Atlántico

Agua que fluye,
reflejo cielo sobre su plata.
Algas y arena
arrastra con fuerza
hasta la playa.
Entre su espuma lleva
dos caracolas blancas.
El rumor de sus olas
mece a las barcas
que sueñan estrellas de nácar.
Hay en la orilla una niña
que moja los pies en sus aguas.

...Océano Atlántico,
fuerza de pleamar y resaca,
llévame a tu encuentro
antes de que llegue el alba.

Verónica Calvo







(Imagen tomada de la red)

20 de julio de 2014

Franck Thilliez: Gataca





SINOPSIS

Un padre infanticida apuñalado en su coche en el bosque de Vicennes. El cadáver de una estudiante de biología descubierto en la jaula de un chimpancé, aparentemente asesinada por el primate. Los restos de una familia de neandertales a los que mató un cromañón hallados en una grieta en una cumbre de un macizo alpino. El asesino de niños Grégory Carnot encontrado muerto en su celda tras arrancarse una arteria del cuello. Un médico obstetra que investiga sobre genética salvajemente asesinado en su domicilio de Montmartre. ¿Qué hilo invisible une estos crímenes atroces, cometidos con treinta mil años de diferencia?

Destrozada por una terrible pérdida, devorada y espoleada por el odio, Lucie Henebelle se lanza sobre la pista de los asesinos junto al comisario Franck Sharko, incapaz de olvidar, como ella, la terrible experiencia vivida. Una investigación que a través de la genética y la teoría de la Evolución, los conducirá directamente a las raíces del mal.

COMENTARIO DEL AUTOR

Esta novela está protagonizada de nuevo por Lucie Henebelle y Franck Sharko. Su aventura no concluyó al final de El síndrome E dado que en las últimas páginas se produjo un acontecimiento inesperado. Aunque evidentemente los personajes mantienen una continuidad psicológica con respecto al libro precedente, debo precisar que esta historia es completamente independiente, de modo que se puede leer sin necesidad de haber leído aquel.

Mi opinión

Esta novela me ha atrapado desde su comienzo. No se me ha hecho tediosa en ningún momento. No leí El síndrome E y es cierto lo que nos dice el autor.
   Los personajes están muy bien trabajados, la trama está muy bien urdida y desarrollada, no es para nada truculenta, a pesar de que la sinopsis puede echarte para atrás. El componente psicológico está muy bien llevado y te adentra cada vez más en la lectura, buscas esa conexión, aunque sí es verdad que enseguida comprendes el título, pero esto no resta interés a la novela, es más, puede que te despistes y no sea lo que de verdad aparenta (fue mi caso).
   El único “pero” que le saco es el personaje del autista. Al final se queda descolgado. Para los que hayáis visto la película “Al rojo vivo”, os diré que a pesar de la “similitud”, para nada toma esa dirección.    

   Si os gusta el género policiaco os recomiendo esta novela.
   ¿La habéis leído? ¿Qué opináis? (sin spoiler, por favor), ¿pensáis leerla?


Título: Gataca
Autor: Franck Thillez    
Editorial: Destino
Tapa blanda
Páginas: 656
Precio: 21 € (bolsillo: 10, 95 €)
ISBN: 9788423345816

14 de julio de 2014

Afortunada



Soy afortunada
por medir
un metro sesenta y cuatro,
y no, uno treinta.
Afortunada,
por tener los ojos verdes
que cambian a marrón claro.
Afortunada,
por tener unas manos
que me sostienen,
y un cuerpo que se funde
con el mío.
Afortunada,
porque sé que la muerte
es paz, y la vida,
una oportunidad
 -o una batalla.
Afortunada
pues sé que la oscuridad,
enseña a amar la luz.
Soy afortunada.
Solo eso
Y es mucho.

                    Verónica Calvo


-Imagen: Mahmood Al Khaja-

                                                                                            

9 de julio de 2014

Ausencia


Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.

Se van mis gestos, que se devanaban,
en lanzaderas, delante de tus ojos.

Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.

Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.

Me voy con mi vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.

Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor y en tu boca de mosto.

Tu entraña fuese y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo.
¡y en tu pasión que retumba en la noche,
como demencia de mares solos!

¡Se nos va todo, se nos va todo!



-Imagen tomada de la red-

30 de junio de 2014

El sabor de las cerezas



Vivía en lo más profundo del frío bosque, en un lugar inaccesible, no lejos de un río.
   Por propia voluntad se había alejado de todos y todo a la edad de veinticinco años.
   No era un hombre huraño, no era un misántropo, era un hombre solitario y desencantado. Nada más.
   El bosque le proporcionaba aquello que necesitaba, pero Martín, a sus ochenta y cinco años, seguía añorando el sabor de las cerezas.
   Una mañana salió en su ronda habitual para revisar cepos y le pareció ver a una joven entre los árboles. Fijó su mirada pero no vio nada. Pensó que las cataratas que nublaban sus ojos le habían jugado una mala pasada entre la luz y la sombra.
   Pero era tan real… No dándole más importancia, prosiguió su camino.
   Atardecía cuando regresó a su cabaña, y para su sorpresa, encontró a una joven sentada bajo el árbol donde él solía contemplar la puesta del sol.
   —Hola.
  Los dedos de Martín, instintivamente, se cerraron sobre el mango de su machete.
  —Hola –respondió el anciano dejando traslucir un tono de inquietud.
  La joven percibió el nerviosismo de Martín, y sin levantarse, y enseñando sus manos, dijo:
  —Llevo una semana recorriendo estos bosques. Tuve un accidente y perdí mis provisiones. De hecho perdí mi mochila y no tengo nada.
   Martín entrecerró los ojos pero no puedo distinguir signos de un accidente. Pensó que lo mejor era sacársela de encima cuanto antes y estar prevenido.
   —No se le niega agua al sediento. Espérame aquí.
   Se dio toda la prisa que pudo para entrar en la cabaña, sin perder de vista la puerta, sumergió la cantimplora en la cuba, y salió ofreciéndosela. La joven la tomó y bebió hasta saciar su sed. Le miró a los ojos, y sonriendo, dijo:
   —He sido muy osada al lanzarme a estos bosques sin más compañía que una mochila, un mapa y una brújula.
   —¿Te has perdido? –Inquirió el anciano frunciendo el ceño.
   —No. He ido dejando señales por el camino. No me resultará difícil volver a la civilización. No tengo mal sentido de la orientación.
   Calló. Ambos se miraron en silencio un buen rato.
   —Bueno, -dijo la muchacha poniéndose en pie y acercándose para devolverle la cantimplora- será mejor que me marche. He de buscar un refugio para la noche.
   Y sin más, comenzó a caminar hasta perderse de vista. Martín se quedó en un estado de alerta que le sobrecogía.

Pasaron dos semanas cuando volvió a encontrarse con la joven, esta vez en el río. Se saludaron. Martín seguía en estado de alerta, pues hacía tanto que no tenía contacto con otro ser humano, que no podía evitar pensar en un peligro. Pero había algo en aquella joven que a la vez le tranquilizaba.
   Martín lanzó su hilo con un anzuelo al agua y de tanto en tanto miraba a la joven. Ella, tranquila, disfrutaba del sol y el frescor del agua metiendo sus pies en ella. Martín no podía evitar pensar que tal vez se había perdido y no quería decirlo. La observaba. Se sorprendió a sí mismo diciendo mientras cargaba el pescado:
   —Muy bien, jovencita, si quieres comer pescado tendrás que ayudarme a llevarlo y prepararlo.
   La muchacha pareció encantada, tomó el pescado entre sus manos y siguió al anciano entre los árboles. Martín no salía de su asombro por la invitación. Volvió a aferrar el machete disimuladamente.

 Mucho podría contaros de las semanas que siguieron a aquel encuentro en el río, pero sería tedioso. Lo importante realmente, es que la joven se iba de la cabaña con el ocaso y volvía a la mañana siguiente. Así fueron conociéndose algo. Martín se relajó y la muchacha le ayudaba en sus quehaceres.
   Una tarde la joven le preguntó que echaba de menos y él, sin dudarlo, dijo:
   —El sabor de las cerezas.
   Ambos callaron.

Pasó una semana sin que la joven apareciera por la cabaña de Martín. El anciano al principio se preocupó, pero comprendió que ella, no era alma de bosque y que habría vuelto a su hogar.
   No le dio más importancia y siguió con su vida, aunque de vez en cuando se sorprendía mirando alrededor por si volvía.
   Doce días más pasaron. Ya Martín no esperaba verla, pero al volver del río, vio a la joven sentada bajo el árbol con algo en sus rodillas.
   Ambos se alegraron y la joven corrió con una inmensa sonrisa en los labios hacia el anciano.       
    —¡Martín, le he traído una tarta de cerezas hecha por mí! Espero que le guste.
   El anciano no podía apenas contener las lágrimas. Por su regreso, por esa tarta de cerezas, por cada año de soledad, por toda una vida.
   Pasaron a la cabaña y dieron buena cuenta de la tarta. No hay palabras para expresar la felicidad que Martín sintió degustando cada cereza de aquella exquisitez.
   —Gracias, muchacha. Me has hecho feliz.-Dijo Martín con voz pausada
   —Me alegra. –Dijo la joven levantándose y acercándose al anciano.- Ahora, has de venir conmigo, Martín, no temas…
   Y tomándole con cariño la cara, le besó ambas mejillas.
   Martín murió en paz.
  
Verónica Calvo

-Imagen: Sirius-