12 de noviembre de 2012

De amores y de lealtades




La primera vez que vi la intensidad de la mirada triste de Víctor fue cuando el sutil humo de una taza de té me la mostró en aquella lluviosa tarde de invierno en Santiago.
Me conmovió hasta el infinito y apreté mis manos bajo la mesa, disimulando un escalofrío.
Víctor no me conocía mucho, pero algo se dio esa tarde entre cigarrillo y cigarrillo y me contó la siguiente historia:

Cinco años atrás Víctor tomó la decisión de ser feliz.
Eso incluía una conversación evitada desde hacía tres años con Alicia, su mujer.
Se habían casado más por rebeldía que por amor y tras siete años de matrimonio, el silencio se había instalado entre ellos y apenas compartían espacio en la casa de las afueras que miraba a la cordillera.
"Al menos tenemos buenas vistas", solía decir Víctor por aquel entonces a modo de ironía y gran verdad.
Pero lo cierto era que él era feliz en brazos de Gilda.
Ambos habían tratado de mantener la compostura, de alejarse, pero no fue posible.
Cuánto más se rechazaban más se atraían.
Así que se armó de valor y decidió poner fin a aquella vida insatisfecha y empezar una nueva junto a la mujer que amaba.
Miraba los largos y elegantes dedos de Gilda mientras se abrochaba la pulsera sentada en la cama cuando sonó el móvil.
En la pantalla apareció el nombre de Alicia.
No atendió pesé a la insistencia.
Se despidió de Gilda con un beso profundo y un gran abrazo.
Subió al coche y partió.
No había nadie cuando llegó.
La casa estaba fría, gélida, así dijo que la sintió, desangelada, como si el tiempo se hubiera parado y una densidad flotara en el aire.
Al poco sonó de nuevo el teléfono. Esta vez era su suegra.
Atendió la llamada.
Y se hizo añicos.
Alicia había tenido un accidente de circulación y estaba moribunda en un hospital. Habían llamado desde su móvil pero no atendía.
Estaba siendo operada de urgencia y apenas había esperanzas de que saliera con vida.
Víctor llamó desde la sala de espera a Gilda y todo terminó.
Alicia meses más tarde salió milagrosamente del hospital en silla de ruedas y así continua a día de hoy.
Todos comentan con admiración el gran amor de Víctor hacia Alicia pero nadie repara en que nunca sonríe.

Víctor me miró y me sacó del recuerdo. Me pidió  que terminara mi té y saliésemos a dar un paseo por la Alameda. Necesitaba ver a Gilda de lejos, como cada jueves.

No sé cómo sucedió pero acabé siendo gran amiga de Alicia al poco tiempo de conocer la historia.
Hace unas semanas me contó que la tarde del accidente regresaba contenta a su casa y que tal vez esa fue la causa de que derrapase y cayera por el puente.
Y me confió el gran secreto: iba a dejar a Víctor porque desde hacía meses había encontrado la felicidad junto a Christian.
Ahora Alicia se siente profundamente agradecida por el amor y lealtad de Víctor.
Si se acuerda de Christian no lo dijo, pero la verdad es que él desapareció aquella tarde. Nunca se puso en contacto con ella.

Y yo me quedo en el silencio de la noche acariciando las teclas de mi ordenador sintiéndome miserable por la gran historia que voy a entregar a mi editor en unos meses sin que ellos lo sepan.
Y pienso, para justificarme tal vez, que la vida es esto, una circunstancia, un aprovechar el viento a favor y no dejar pasar trenes en mitad del desierto.

15 de octubre de 2012

Aridez





Pierdo la sombra de los días,
la infinita fluidez que desborda
y ancla la memoria en esta orilla.

Lleva entre las sílabas
un velo violeta que es estela y agoniza
en el éter donde sueña a ser poesía.

Árida tierra me habita,
desazón por la palabra perdida

y réquiem por el sendero que me lleva a mi misma.

8 de octubre de 2012

Ayer te vi


Ayer te vi.
Ibas paseando tus tristezas
y llevabas un traje de nostalgia.
Tu mirada era un velo gris
de encaje de escarcha,
que se tejía en tu alma.
Desprendías fragancias del ayer
y adornabas tus pesares con donaire.

Ayer te vi, mujer,
pasear por la playa derrumbada.
Te acompañaba una negra sombra,
defunción de tu esperanza,
y tú seguías, eterna,
al sepia de tu pena entregada.

-Verónica Calvo-

(Publicado en “Poetas andaluces de ahora”)

25 de septiembre de 2012

Rayo de noche



Viniste a mí
vestido de rayo de noche.
Abrí mis brazos
y te acogí, fecundo,
libre y soñado.
Extendí mi cabellera
alfombrando aquel sendero
del bosque callado.
Adormecí el rumor
de la sangre en las venas
y me fundí
en tu eterno manantial de primavera.
Tus ojos,
que nunca más fueron tuyos,
eterno ocaso de otoño,
resplandecieron
en un fulgor de fuego,
breve,
tanto como el sol sin calor.
Y así me entregué,
fontana milagrosa,
al musical sonido
de tu esencia poderosa.

(Dans le château, 4 de marzo de 2012)

(Imagen: Elena Baca)