Despertó
con los primeros albores adornados con el bello canto de un mirlo posado en
una rama. Sus pestañas fueron abriendo un mundo de luz, tenue, de tono
violáceo, que llegó a sus pupilas de esmeralda.
Se dejó inundar por la calma que en el
ambiente se respiraba…
“Es
solo tiempo lo que necesito en mi mente y en mi esencia. Concededme ese don, no
lo desaprovecharé… si a mi presencia
acudieras…”
Ella, sonrió y siguió prestando atención a
aquellas palabras que llegaban traídas por el viento. Se desperezó, y ante el
espejó adornó sus largos cabellos con una estrella de plata. Una pulsera de
cascabeles en sus tobillos, con su alegre sonido, llenó la estancia. Abrió la
puerta, sintió la cálida brisa de la eterna primavera enroscarse entre los
tules de su vestido, y se dejó llevar, como el humo, hasta el corazón del que
había pronunciado en el éter sus palabras…
…Allá, en la ciudad, un poeta se mesa los
cabellos. Siente una poesía dentro que no logra anclar en su alma. Una noche se
sucede al día, y el día, inexorablemente, vuelve a dormir en la noche, y en él,
ese vacío habita. A veces se desespera; otras, busca la inspiración en la
rendija de sus recuerdos.
Pero nada ocurría.
Hoy ha despertado sintiendo la suave caricia
de la poesía en su corazón, y rápidamente, ha anclado el poema.
Bellos versos que hablan del eco de una
caracola y la fragilidad de una sirena. Deliciosa y lírica poesía plasmada
sobre el blanco de una hoja.
El poeta sonríe, abre la ventana al fresco
día y siente, como una extraña fragancia a brisa de primavera, le envuelve.
Queda en silencio, escuchando, en el
ambiente, cómo se pierde la melodía de unos cascabeles.
-Verónica Calvo-
-Imagen María José Hidalgo-