Recogió
agujas de pino y con las rosas secas de su cumpleaños, se
hizo una corona. Planchó
el vestido lila y
lo colgó en una percha detrás
de la puerta de su habitación. A
media mañana leyó un poema y
cerró el libro porque nada le dijo. A
media tarde parecía que la tormenta se alejaba. Ajena
a todo, la casa respiraba festividad. Volvió
a leer el poema y
volvió a cerrar el libro porque nada le dijo. Después
de la fiesta se quitó el vestido. Lo
dejó bien doblado sobre una silla y
sobre él, deshizo la corona. Iluminó
su habitación con veinte velas y
se tumbó en su lecho de nebulosas. Cuando
el silencio lo llenó todo, volvió
a leer el poema que nada le dijo y
dejó caer el libro. Apagó
las velas. Y
se fue. -Verónica
Calvo- (En
su memoria)