6 de octubre de 2018

Banda sonora


-Imagen Duy Huynh-

Don Ceferino fue el perfecto marido. Siempre fiel y atento, no olvidaba un aniversario y jamás discutió con su mujer, doña Clotilde, que en gloria esté. Apasionado de la música clásica desde su más tierna infancia, al enviudar esta pasión le llevó a comprar bonos para los conciertos de la Orquesta Nacional de España en el Auditorio Nacional. Podía prescindir de los yogures de sabores con trocitos de fruta, podía incluso prescindir de la barra de pan, pero jamás de un concierto de violín. Acudir a la cita musical era un ritual que seguía a rajatabla: se vestía con elegante sobriedad, se engominaba el pelo que le quedaba, se peinaba el vetusto bigote y se encaminaba con pasos de corchea al auditorio donde, religiosamente, llegaba quince minutos antes de que abrieran las puertas.
   No podía evitar el éxtasis, la sublimación que sentía ante el sonido del violín, la delicada torcedura cervical de su ejecutante y el llanto y la alegría que el arco sacaba a las cuerdas del instrumento. Era todo un erudito.
   Un buen día dejó de acudir a otros conciertos porque solo en el sonido del violín encontraba la máxima conexión con su propia alma. En esos templados sonidos don Ceferino encontraba también la salida de su mundo de orden y silencio, de ausencia y soledad.
   Una tarde de otoño se anunció a lo grande la inminente visita a la ciudad de una virtuosa violinista venida de tierras frías, de aquellas donde hay noches blancas y oscuros desequilibrios internos por su causa. Ante ese panorama de luces y sombras, él sabía por experiencia que el arte era el mejor canalizador para mantener la vida en pulsación. No podía perderse la velada: selección de piezas de Bach para violín.
   Cómo no, llegó con sus quince minutos de anticipo, caminando a paso de fusa esta vez, entre la copiosa lluvia.
Tomó asiento, su asiento de primera fila central, mientras doblaba cuidadosamente y con esmero su elegante gabardina para mantener ocupadas las manos, que empezaban a delatar su impaciencia por dejarse llevar por la magia única que aquella mujer venida del hielo daría al instrumento.
¡Cómo se emocionó don Ceferino en su asiento de abonado del auditorio!
Aquella música fue la más bella y delicada que oyera nunca en su dilatada experiencia de escuchante nato.
   Volvió a su casa despacio, esta vez a paso de semicorchea, abandonado a los efluvios del violín que le envolvían.

Desde aquel concierto don Ceferino camina diferente, y a veces cree que esa mujer sigue tocando el violín solo para él, porque siente que le acompaña a todas partes con aquellos sonidos que quedaron instalados para siempre en él, como compañeros de camino.
   Así de hermosa es la música cuando te toca el corazón y el alma.

-Verónica Calvo-

(Este relato fue publicado en este blog en 2012)

1 de octubre de 2018

Llovió

-Imagen tomada de la red-
Llovio,
y me camuflé
entre las gotas.
La calle
quedó desierta.
Los charcos
se iluminaron
de luces de ciudad.

Llovió,
y yo, en aquel jardín,
caminé despacio.
Las rosas se impregnaron
con la fragancia del ozono,
a la vez que me perfumaba
con el aroma de aquella lluvia
torrencial, que era el presagio
del fin del verano y mi cansancio.


-Verónica Calvo-

27 de septiembre de 2018

Te regalo

-Imagen Christian Schole-


De un jardín, te regalo,
la contemplación del mejor gladiolo.

De un cielo, te regalo,
sus estrellas diminutas vespertinas.

De una vida,
tú, mi mejor regalo.
Y en tu día,
este poema, te regalo.

-Verónica Calvo-
 A mi madre

23 de septiembre de 2018

Rompiente


-Imagen Carlos de Haes-


la ola, muere.
Se desangra
en espuma
y se hace brillo.

El sol, es testigo,
de este inevitable destino.

-Verónica Calvo-

14 de septiembre de 2018

Tanka

-Imagen Hu Jundi-



Silencio y calma
noche de luna blanca
piel sobre piel
murmullo sin palabra
los amantes se callan


-Verónica Calvo-

10 de septiembre de 2018

De palabrerío y palabra

-Imagen Paulina Otylie-Surys-

Hay quienes
elevan la cabeza y sienten
que todo es poco. Gritan.
Los hay que enarbolan palabras
por bandera y se quedan solos
en su discurso.
Otros hablan y dicen
engolados en su oratoria
escuchándose a sí mismos.
Muchos agachan la cabeza
y rumian su cobardía. Callan.

Y otros, llamados locos,
-o poetas-,
blanden la palabra certera
y siguen llenando/derribando
los muros de algunas consciencias.


-Verónica Calvo-

4 de septiembre de 2018

Hablemos

-Imagen Brooke Shaden-
Hablemos
de todo aquello
que se llevó la deriva.
De este destino,
en el que no creemos,
y que nos hace divagar
entre la rutina.
Que si no es quimera
todo lo que nos marcó,
tal vez sea esfinge.
Si el infinito lo conocimos
fue por el enredo
que tejimos entre canciones,
poemas, noches y delirios.

Hablemos
de dejar las culpas atrás,
que ninguno en ellas, cree.
Si no supimos
morder los segundos
que la vida nos regaló,
en su paréntesis de felicidad,
tal vez sea hora
de expandir el límite
entre tu niebla y mi bruma.

Hablemos
de todo lo que no supimos entregar.

Y ahora que la noche se cierne
sobre nuestra mirada, es hora de hablar.

-Verónica Calvo-

(2009)