22 de abril de 2012

Homenaje a mis libros


Sentí el tacto del pomo de la puerta y acudieron a mi mente miles de imágenes, sensaciones, risas y nostalgias. Tomé aire, erguí mi espalda y giré el pomo con mano temblorosa.
Silencio reinando entre silencio. 
Una tenue luz ámbar procedente de la claraboya iluminaba la estancia. El olor a papel y el aire empobrecido hicieron que me sintiera de vuelta a mi infancia. Casi podía ver ante mis ojos imágenes de otra época, cuando mi tía había cerrado la tienda y yo jugaba a saltar en una pierna mientras contaba hasta mil. Mi tía ponía orden en el libro de ventas y yo, cansada de saltos, me tranquilizaba recorriendo las estanterías en busca de algún título que me hiciera imaginar alguna aventura. Por aquel entonces los libros me parecían extraños objetos que contenían hormiguitas negras en papeles blancos.
Así crecí, jugando a abordar barcos porque yo era la pirata más valiente del mundo, jugando a la rayuela cuando mi madre me ponía un vestido con instrucciones de no mancharlo y soñando con los ojos abiertos con que algún día tendría una varita mágica para fabricarme un mundo a medida.

Y ahora estaba allí, sola, con un vestido que se podía manchar, sin más juegos que disimular mi malestar ante los ojos ávidos de flaquezas ajenas y sobre todo, con mi mundo hecho pedazos a mis pies.
Sola.
 Cerré la puerta suavemente, como no queriendo despertar al polvo que cubría los recuerdos y casi caminando de puntillas, me situé debajo de la claraboya. El haz de luz ambarino tranquilizó mis resistencias y rompí a llorar.
Desfilaron ante mí todos mis familiares y sueños que están en el mundo de los ausentes y añoré enormemente a mi tía, que se fue discretamente mientras leía una noche un poemario que alguien dejó envuelto en papel de seda azulado en el alfeizar de la ventana de la tienda para que lo leyera.
Y ahora estaba yo allí, petrificada, muerta de miedo ante la idea de que había aceptado hacerme cargo de la librería.

Recordé que empecé a leer el mismo día que me cansé de los abordajes, ya no manchaba mis ropas fueran las que fuesen y la rayuela era sólo un olvido. Recuerdo que mi tía me llevó un vaso de chocolate caliente y un libro que se llamaba "La cabaña del tío Tom".
Aquel libro que no era ni gordo ni delgado, ni con letra pequeña ni grande, con algún dibujo desperdigado entre las páginas, me atrapó de tal manera que hizo plantearme seriamente dedicar mi vida a defender los derechos de los desfavorecidos. 
Mis juegos empezaron a ser otros desde que cerré el libro tras la palabra fin. Disfrutaba leyendo los libros de las estanterías y me sentía muy afortunada por tener al alcance de las manos tantas historias a mi disposición. 
Los libros de Allan Poe acompañaron mi adolescencia. Leía hasta la mitad el relato y ávida, escribía la otra mitad. Luego se lo leía a mi tía y juntas acabábamos de leer el resto del relato, que casi siempre acababa de una manera parecida al mío, lo cual me desconcertaba hasta que alguien, años después, me dijo que una historia bien construida, con una línea de acción bien desarrollada, inevitablemente llevaban a un desenlace lógico.

Desde entonces muchos libros han sido mis compañeros de viaje y etapas, pero desde que cayera en mis manos "El guardián entre el centeno" cuando cumplí veintidós años, ha sido mi compañero de vida. Siempre me sentí un poco como Holden Caulfield. Quise ayudar a los desfavorecidos sin saber que yo era la primera de la lista. Quise mantener el control con justicia y ecuanimidad y acabé derrotada por mis propios valores. Sólo quise vigilar entre el centeno que nadie sufriera y acabé sepultada en batallas ajenas. Por eso camino de puntillas, para pasar desapercibida, como Holden, vagando por la ciudad con un rumbo que nunca llega, para acabar en un lugar donde nos van a curar de la fragilidad de nuestros interiores. 
Este es mi psiquiátrico desde que acepté el reto de la responsabilidad.

Ha pasado un año y medio. Ya no camino de puntillas. Ahora piso con firmeza, sonrío y si me mancho la ropa, no me importa. 
Volví a leer mi maltrecho libro de Salinger mientras me instalaba, tomaba con serenidad las riendas de la librería y me ponía al día en mi nueva vida.
Tengo nuevos compañeros de camino que me hacen soñar, reír, preocuparme y sobre todo, elevarme. Holden sigue conmigo. Está bajo el mostrador intentando recomponer su mundo mientras yo casi tengo el mío en paz sin necesidad de varitas inexistentes.

Poemas, relatos, novelas... todo un mundo donde me sumerjo olvidada de mí para retomar el placer de jugar a completar la mitad del relato para seguir asombrándome del resultado.
"En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo". Son las palabras finales de Holden y acuden a mi mente como un recordatorio. Hoy hecho tanto de menos a los ausentes... mejor no seguir contando más, aunque las añoranzas sean fuente de inspiración, todavía no ha llegado el momento para ello...

Fue publicado en este blog el 3 de mayo de 2009 y hoy lo rescato como homenaje al pasado día 2, Día Mundial del Libro Infantil y Juvenil, y para mañana, Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.

16 de abril de 2012

Déjame ser




Conviértete en mi eterna noche,
destello de luz de mi felicidad,
y déjame ser imagen que alimente
tu sonrisa y abrigue tu soledad.



(Imagen: Brooke Shaden) 

18 de marzo de 2012

Sensorial



Sobre la mirada,
el vuelo de una nube.
En mi anudado deseo
desoriento mis sentidos.
Con mis manos retengo suspiros
y en mis labios, tengo, tu beso adherido.



-Verónica Calvo-




10 de marzo de 2012

Almas


Iriscencia de mi alma
destella ante la tuya.
Se reconoce en ella,
se complace  y se eleva.
Juntas vuelan lejos del dolor,
de la tormenta de los celos
y del asesino rencor
que deja la posesión.
Se elevan, van lejos
siendo fundidas en una...

En nuestros ojos, ellas son.

-Verónica Calvo-

(Publicado en "Poetas andaluces de ahora" )

2 de marzo de 2012

Bosque



Sobreviven las nubes incendiadas
avivando en su gesto la melancolía.
Entre misterios y ocres avanzo,
sombra oscura y vulnerable,
por el sendero bosque adentro.
Algún trino vespertino
sobresalta la quietud
que solo el viento rompe.
Y empujándome a despojar recuerdos,
la inmensidad de Natura me sobrecoge.

(Dedicado a Caperucita Roja)

(Pintura de Gustave Couvet "La foret en automne")