Desde hace mucho tiempo
dos cocodrilos
van siempre conmigo.
Suben conmigo a los taxis.
Caminan a mi lado por las calles.
Se sientan junto a mí en el trabajo.
Miran la tele echados a mis pies.
Duermen bajo mi cama.
Me observan impasibles
mientras desayuno, almuerzo o ceno.
Si alguna noche salgo
se sientan mirándome
en la barra de cualquier bar de copas.
Leen antes que nadie
los poemas que escribo.
Van a nadar conmigo.
Y por supuesto
se acuestan
y se despiertan
justo cuando lo hago yo.
Uno se llama Tristeza.
El otro Desesperanza.
Nadie los ve salvo yo.
Y cuando hablo de ellos
la gente me mira mal
y se inventan consejos
y me dan instrucciones
para que niegue su existencia.
A fuerza de pasar años
mis cocodrilos y yo
pensamos que la gente es ciega
o que hacen como si lo fueran.
Y ya hemos aprendido
a sobrevivir a tanta ceguera.
Ahora ya no los escuchamos.
Vemos como abren sus bocas
y hacemos como si nos interesaran
las solemnes estupideces
que expulsan por esas cuevas
de dientes memos y lenguas necias.
Y dejamos que se vayan.
Y dejamos que se alejen.
Y dejamos que desaparezcan.
Y cada vez más unidos
seguimos caminando
por mi lúgubre existencia
hasta que cualquier día
con apenados mordiscos
mis fieles y reales cocodrilos
muerdan y devoren mi corazón.
dos cocodrilos
van siempre conmigo.
Suben conmigo a los taxis.
Caminan a mi lado por las calles.
Se sientan junto a mí en el trabajo.
Miran la tele echados a mis pies.
Duermen bajo mi cama.
Me observan impasibles
mientras desayuno, almuerzo o ceno.
Si alguna noche salgo
se sientan mirándome
en la barra de cualquier bar de copas.
Leen antes que nadie
los poemas que escribo.
Van a nadar conmigo.
Y por supuesto
se acuestan
y se despiertan
justo cuando lo hago yo.
Uno se llama Tristeza.
El otro Desesperanza.
Nadie los ve salvo yo.
Y cuando hablo de ellos
la gente me mira mal
y se inventan consejos
y me dan instrucciones
para que niegue su existencia.
A fuerza de pasar años
mis cocodrilos y yo
pensamos que la gente es ciega
o que hacen como si lo fueran.
Y ya hemos aprendido
a sobrevivir a tanta ceguera.
Ahora ya no los escuchamos.
Vemos como abren sus bocas
y hacemos como si nos interesaran
las solemnes estupideces
que expulsan por esas cuevas
de dientes memos y lenguas necias.
Y dejamos que se vayan.
Y dejamos que se alejen.
Y dejamos que desaparezcan.
Y cada vez más unidos
seguimos caminando
por mi lúgubre existencia
hasta que cualquier día
con apenados mordiscos
mis fieles y reales cocodrilos
muerdan y devoren mi corazón.
-Imagen: Francesco Sambo-