Tose.
Levanta la persiana. Un día más. Una mañana más. Más. Siempre
esa palabra saliendo de sus labios, pensamientos veloces que saturan su mente.
Una mañana
como todas. -¿Cómo todas?- Ya empieza el diálogo, el eterno diálogo de
la luz de la conciencia.
Allá en
el skyline, que se ha puesto de moda llamar al horizonte de
siempre, así –como si eso cambiase las expectativas que ponemos en él- dice
la voz, las nubes bajas acarician las altas torres.
Mira,
observa, calla. Casi siente.
Café. Dosis diaria
de vitalidad en vena. Y ahora un cigarrillo entre sus dedos. Diez años sin
uno,-lo qué son las cosas-, sonríe sin culpas. Busca su libreta y
apaga el cigarrillo en el sucio cenicero. Piensa. Necesita escribir aunque
jamás lo ha hecho.
Siente el
vacío interno, ese que se asemeja a una resaca emocional y que hace que sientas
un agujero negro, hambriento y sospechoso, en el centro de tu cuerpo.
Empieza a escribir algo sobre sí misma,
sobre cómo se siente. Se para. Levanta el bolígrafo como si pinchara entre sus
dedos. –Ibas a escribir alma, pero no te atreves a tanto-.
¿Y si ella
careciera de una? ¿Y si se ha evaporado porque está anestesiada?
Solo sabe
que la camiseta negra que viste, arde. Trae aromas de un cuerpo instalándola en
este gris presente donde la ausencia se rompe en un reencuentro incierto.
Rompe… qué trágica palabra. Y aun así, no hay otra. Rompe. Romper. Roto. Tal
vez game over, por aquello de quitar trascendencia a esa piel fina
que tiene.
Horizonte, skyline o como quieras llamarte, cuéntale un
cuento que arranque su sombría mañana de cuestionamientos.
-¿Ves?
hasta tú, agnóstica crónica, depositas en él la esperanza-,
piensa mientras muerde el bolígrafo y deshecha ideas.
Esperanza. Manida
palabra hueca que sobre el desencanto reposa. Grises sobre aceros, aceros
bañados en grises... Divaga, lo sabe. Se siente poca cosa y se empieza a fumar
el bolígrafo mientras deja caer la libreta sobre la alfombra. Y esa
camiseta sigue quemando, se hace protagonista, todo lo abarca... Cierra los
ojos y en su lúgubre romanticismo, ve una vieja estación de tren transitada por
entes. Vapor, un reloj de hierro y una sonrisa... -Yo era sonrisa, él
me llamaba sonrisa. –
¡Vuelve a serlo entonces!, casi gritan las paredes teñidas de tristeza de su desolado piso.
¡Vuelve a serlo entonces!, casi gritan las paredes teñidas de tristeza de su desolado piso.
Otra
mirada al WashApp, masoquista hasta el tuétano, por ver su última conexión:
inamovible, ignorada. Bloqueada. Game over en letras luminosas
destellantes. La camiseta oprime mientras la estación se diluye en ese frío que
siente. -No seas pesimista-, se dice en un intento de creérselo ella
misma. Toma la libreta que ha quedado abierta en su caída, mostrando sus hojas
blancas como pidiendo ser escritas. Entonces, en un acto de valor, escribe:
Lo mejor
de cumplir años es que no te puedes vendar los ojos por mucho que quieras. Y
aun así... ¿dónde me dan una? Y, ¿me aseguran que además va empapada en las
aguas del Leteo?
Reflexión,
mero apunte que es certeza futura para que hable su personaje.
-Sólo es
eso... Nada más.-
Bosteza. Su
mirada vuelve a posarse en el filo del skyline como queriendo
formar parte de él.
Tal vez
mañana deje de ser un día más.
Tal
vez mañana…
Verónica
Calvo
-Imagen
tomada de la red-