"Me voy cansando de ser siempre buena,
condescendiente, paciente, coherente, comprensiva, ordenada, empatizante,
cuerda, serena, pacífica, de tener el brazo torcido y las mejillas en carne
viva.
Me estoy hartando de mantener el tipo (en todos sus sentidos), de no perder la
cabeza cuando lo que necesito es perderla y hasta olvidarla para no recordar
todo lo que educadamente me trago, de doblar la espalda porque dicen que mi
sexo ha de hacerlo, harta de escuchar a mujeres decir a sus parejas
"ayúdame" en vez de "colabora".
Estoy a punto de perder la cabeza, de cometer
una locura...
Mi alma de cabaretera me arrastra a pintarme
las uñas de los pies de negro (el rojo es tan evidente...), a alisarme bien los
rizos y ponerme todo el rimel que no me he puesto en años (aunque me deje
ojeras en el trabajo), a subirme en los tacones del abismo con unas medias de
licra para lucir las piernas y dejar que suspiren en mi escote todos aquellos y
aquellas que sientan vértigo por contemplar mis pechos firmes.
Subida a un taburete de bar quiero balancear
el pie como si nada, sentirme la emperatriz del universo y flotar, flotar,
flotar...
Quiero beber vino, porque ya puedo y sé
beberlo, mirarte a los ojos, a tí, que no te conozco de nada y escaparme por
una rendija del mundo y... flotar, flotar, flotar...
¡Ah!, qué necesidad de llevarme el dedo gordo
a la nariz y decir "tururú" a la suegra, a las maléficas envidiosas,
a la perfecta doña perfecta que vive dentro de mí, a la vida que no satisface y
a todo lo que se interponga entre mi risa y la esencia."
Se volvió a mirar en el espejo y deshizo su
propia imagen.
Sacó aquel vestido que nunca estrenó porque no se atrevía a ponérselo, el
collar de perlas que recibió una navidad (y nunca más) de su suegra, se puso
las uñas postizas que tenía para la boda de su hermana y que con el estrés
olvidó completamente en el cajón y se alisó el pelo con esmero. Maquilló apenas
su rostro liberado y al mirarse los labios recordó aquel power point que
recibió hacía dos años en su correo de parte de una amiga el día que cumplió
los 41... "a las mujeres de más de 40 les sienta bien el color rojo en los
labios, antes no"...
Se encaramó en un taburete para llegar arriba
del armarito del baño y sacó el cesto donde guardaba las pinturas lleno de
polvo que un día, no recordaba cuando, olvidó volver a bajar.
Con sumo deleite pintó sus labios y cuando terminó se puso en su dedo índice la
sortija que se compró un San Valentín porque merecía quererse.
Volvió a mirarse en el espejo, se subió a los tacones, sonrió y reinventada,
salió a la calle donde paró un taxi que la llevó al otro lado de la ciudad.
No había taburete, el local era elegante en
extremo, como ella, que se podía permitir lucir lo que quisiera. Pidió un
jerez, se sentó, levantó altiva la barbilla y miró a su alrededor.
Las mujeres cuchicheaban envidiando sus rodillas y tobillos. Ellos, simplemente
se comportaron como ellos.
Se tomó su tiempo para elegir y discretamente,
cuando su presa volvió a mirarla los ojos que no se separaban de su cuerpo, con
desdén levantó apenas el dedo índice a la vez que brindaba con la copa.
Bebió de un trago, se puso en pie y salió
moviendo alegremente las caderas seguida en corta distancia de aquel con el que
iba a cometer un acto de frivolidad: dejarse quitar el descocado vestido,
olvidar como si nada en la mesita del hotel el collar de perlas y dejarse
embadurnar el cuerpo y el alma con una noche loca que, quien sabe, lo mismo
nunca más tendría.
Fue el principio del principio.