-Imagen tomada de la red-
Esta noche alejo de mí a todo el mundo. Lo he hecho
durante todo el día, pero esta noche sigo haciéndolo hasta con virulencia. He
acampado junto a mi ventana favorita y por mucho que toquen armónicas, por
mucho que oiga entrechocar los platos, risas y voces de otras habitaciones de
esta casa, nada me arrancará de aquí. Lo que verdaderamente ansío es el momento
en el que se desvanece el día. Coches que acaban de encender los faros.
Lechuzas tanteando el terreno. Este ataque de malevolencia se desvanece poco a
poco cuando se hace verdaderamente de noche.
Siempre me
pongo raro con el Veranillo. Ya lo he notado otras veces. Mi organismo entero
se siente estafado. Justo cuando el cuerpo empezaba a enamorarse de las doradas
hojas de Chopo que caían planeando. Del olor de la leña de Madroño quemándose.
El Veranillo desgarra de parte a parte el salvaje encanto del Otoño.
No tengo
ganas de rondar por ahí quitándome hasta la camisa. Lo que quiero son gruesas
capas de mantas canadienses y un buen fuego. Y perros. Y noches frías, frías.
Santa Rosa, Ca
(De Crónicas de motel)