Pero
preferiría ser horizontal.
No
soy un árbol con raíces en el suelo,
que
sorba minerales y amor maternal,
para
que al llegar marzo sus hojas resplandezcan;
ni
encarno la belleza de un jardín,
que
atraiga exclamaciones y mueva a que lo pinten,
sin
saber que muy pronto sus pétalos caerán.
Comparado
conmigo, es inmortal el árbol.
Y
una corola, no muy alta, pero más sorprendente,
y
de uno anhelo la longevidad, y de la otra la audacia.
Esta
noche, a la luz infinitesimal de las estrellas,
las
flores y los árboles han estado esparciendo su refrescante aroma.
Yo
camino entre ellos, pero ninguno se da cuenta.
A
veces pienso en eso cuando duermo,
tengo
que parecérmeles lo más posible:
pensamientos
que se han ido empañando.
Yo,
que estoy acostada, lo siento como algo natural.
Así
es que el cielo y yo tenemos nuestras charlas,
y
he de ser útil cuando yazca al fin:
por una vez, entonces, me tocarán los árboles, y tendrán tiempo para mí las flores.