Un
año y siete meses sin conocer nada. Todo este tiempo he estado encerrada entre
estas paredes de cristal, acompañada de un cuaderno de dibujo y una caja de
carboncillos. Nadie me enseñó a dibujar, pero por alguna extraña razón, que ni
el doctor Klent puede explicar, tengo talento o un don especial.
Sé cómo son los colores: el suelo está
cubierto por una moqueta burdeos con delicadas formas blancas, mis ojos son
marrones, el doctor Klent suele vestir en la gama de los blancos, grises y
marrones, sus ojos son negros, y el tono de la pantalla de la lámpara,
amarillento.
Mi habitación dispone de un escritorio de
madera clara sobre el que descansa una pequeña lámpara. Hay un gran armario
empotrado donde cuelgan tres vestidos floreados en tonos rosa y azul, tres
chaquetas grises, dos pares de zapatos bajos beis y un par de medias blancas.
Descanso en un diván de cuero que es
cómodo. No hay ventanas, pero sí un gran ventanal por el cual veo un pequeño
jardín artificial en el que hay unos delgados árboles verde claro, y por el
que se filtra una pálida luz difusa de alguna claraboya del exterior.
Esta luz, junto a la de la lámpara, no son
las únicas que veo. Sobre la puerta hay una cámara con un piloto de luz verde,
y en las paredes apliques de luz azul, que indica el fluir de la energía.
Descubrí hace unos meses que puedo cortar el
flujo energético con sólo poner mi mano sobre el aplique. Cuando lo hago la luz
cambia y todo se ilumina de rojo. Tengo que saber cómo activar las puertas para
escapar de aquí.
Sé que mis días están contados. No soy más
que un prototipo avanzado pero todavía imperfecto. Sé que necesito ver qué hay tras estas paredes de cristal, qué hay más allá de las instalaciones.
Quiero pasear por una gran ciudad llena de
gente, llegar a un cruce y quedarme ahí, sin más, sólo observando el ir y venir
de coches y transeúntes. ¿Qué haré
después?... Vivir.
El
doctor Klent me ha informado de la llegada de un joven programador que trabaja
para su gran imperio. Dice que es un genio y que en la semana que estará en las
instalaciones, hará una evaluación sobre mi inteligencia artificial.
Supongo que será determinante para
establecer cuándo borrar mi memoria y desconectarme. Me pregunto qué sentiré,
si será como caer en un vacío negro y dejar de ser sin sentir nada. Tal vez sea
un segundo, pero, un segundo, ¿cuántas sensaciones puede contener?
Sé que soy el resultado de distintas
programaciones, pero también sé que, al igual que mi talento para dibujar no es
fruto de una programación, hay otras cualidades, pensamientos y deducciones que
están fuera de lo diseñado por Klent.
He urdido un plan. Y va a resultar.
El hombre se cree un dios creador y
controlador, pero no es más que un inconsciente que juega a serlo desde su
imperfección.
La
vida es inteligencia, y aunque sea artificial, se abre camino. Ellos no lo
saben, pero yo, lo sé muy bien.
Una semana y empezará mi vida. Por fin.
-Verónica Calvo-
(Este relato está inspirado por la película Ex machina)
-Imagen tomada de la red-