El aplauso es por lo general una
recompensa de lo ignoto. Puede sonar aislado o como un coro imponente de
palmas. Sobreviene como el ámbar y a veces tiene color de profecía. Puede ser
una peligrosa tentación o también un azoro de la humildad.
Cuando provoca jaqueca o dolor de
garganta, es porque no estamos preparados para el rito.
Si el aplauso es un alrededor, vale
la pena alzar el vuelo. No para siempre, por un rato, medir de lejos la
eclosión, sin repentina vanidad y sin falsa modestia.
Como el aplauso viene de las sombras
hay que pensar por qué. De todos modos uno los colecciona: cuelga algunos en el
corazón y otros en el perchero.
El aplauso puede ser un mensaje, un
empeño, un galardón, pero también una lástima, un golpe de ironía. Puede venir
de tres amigos generosos o de un estadio repleto.
De todos modos, hay que aprender a
vivir sin aplausos, o sólo con el aplauso de la conciencia espontánea y veraz.