Mi amigo Del nació en Nueva Jersey, New Jersey, como dice con una amplia sonrisa que deja ver una fila de enormes dientes blancos, que si digo "Nueva" le parece que no hablo de su tierra.
Como decía, mi amigo Del de New Jersey, siendo negro, se quería dedicar a la música, en concreto a tocar el bajo, su gran pasión. Pero como suele ocurrir cuando un miembro de la familia dice que quiere dedicarse al arte hubo asamblea extraordinaria y entró en razón, apretando sus perfectos dientes, y accedió a ser militar, como tantos miembros de su familia. Pero eso si, siguió tocando el bajo y amenizaba las veladas cuando sus deberes para con la patria se lo permitían.
Un buen día Del decidió cambiar de aires y solicitó plaza en la base militar de Zaragoza. La verdad que poco sabía de esta ciudad, pero necesitaba tomar distancia para respirar algo de libertad y España, decían, tenía mucho sol y toros corriendo todo el día por la calle. El quería vivir en un lugar así, donde le aseguraron, las mujeres eran las hermosas del planeta, todas morenas de ojos negros, pelos en las piernas, bajitas y vestidas de gitanas.
Y en un mes, Del, aterrizaba en Zaragoza con su petate, su uniforme y su bajo.
Lo primero que vio fue un aeropuerto militar parecido a todos. No había toros. Y la primera mujer que vio era rubia, con mechas, de ojos verdes, alta y con unas hermosas piernas que parecían recién depiladas.
Pasó tres días adaptándose a su entorno, aburrido y casi sin hablar ya que no se había tomado la molestia de aprender algo de mexicano.
Unos compañeros se apiadaron del gringo negro solitario que aburrido tocaba su bajo en cuanto tenía ocasión y como era semana santa le dijeron que no se podía perder los actos sacros, algo único, donde se sacan imágenes dolorosas a la calle para revivir la pasión y muerte de Cristo y por supuesto, ya que sentía la música tan dentro, los sonidos de los tambores que saturaban el aire de la ciudad. Le dijeron dónde ir y para allá fue.
Llegó al centro de la ciudad y se entremezcló con la gente para presenciar aquel acto único de tambores y tallas, algunas, antiquísimas, como le dijeron. "Arte sacro", le llaman, pensó Del.
Y allí estaba el, expectante, solo, sin perder detalle, apretujado entre la gente, cuando se le nubló la vista por lo que veía... ¿Cómo era posible? ¡Nadie le había advertido que en España también estaban! y sus compañeros, no había duda, le habían tendido una trampa y le iban a linchar. Sentía que se mareaba y sudaba a mares. Le invadió el pánico y como pudo, escapó de allí dando gracias a las tallas de madera, porque le habían protegido, supuso.
Nadie advirtió a Del de los penitentes y sus capirotes. Sus compañeros no se dieron cuenta que para el aquello era un peligro.
Del había escapado victorioso del Ku Klux Klan y nunca más soportó una semana santa.