¿Quién es Gatsby, el personaje que da nombre a uno de los mitos
creados por la novela del siglo XX? Jay Gatsby es un misterio, el hombre que se
inventó a sí mismo y ha montado una inmensa fiesta para reconquistar a la
deslumbrante Daisy Buchanan, que una vez lo quiso. Nadie sabe de dónde ha
salido.
Estamos en la primera hora de la Edad del Jazz, en los felices y
cinematográficos años veinte, en Nueva York, tiempo de diversión y emoción,
orquestas y tiroteos. Gatsby vive en una fabulosa casa de Long Island, y a sus
bailes acude «el mundo entero y su amante», cientos de criaturas a quienes no
hace falta invitar, insectos alrededor de la luz del festín. La puerta está
abierta, y la atracción más enigmática del espectáculo es el dueño de la casa,
un millonario que quizá sea un asesino o un espía, sobrino del emperador de
Alemania o primo del demonio, héroe de guerra al servicio de su país, los
Estados Unidos de América, o simplemente un gángster, un muchacho sin nada que
se convirtió en rico. Lo vemos con los ojos del narrador, Nick Carraway, que
dice ser honrado y haber aprendido a no juzgar a nadie.
En el verano de 1922, buen año para la especulación financiera y
la corrupción y los negocios que se confunden con el bandidismo, parece que
sólo hubo fiestas y reuniones para comer y beber, y que pocas veladas acabaron
sin perturbación. Hay amantes que rompen con una llamada telefónica la paz de
un matrimonio, y una nariz rota, y un coche que se hunde humorísticamente en la
cuneta, y un homicidio involuntario, y un asesinato, pero la diversión
recomienza siempre. Jay Gatsby es un héroe trágico que se va destruyendo
conforme se acerca a su sueño: la reconquista de una mujer a la que dejó para
irse a la guerra en Europa. Quiere cumplir su deseo más inaccesible: recuperar
el pasado, el momento en que conquistó a Daisy Buchanan.
La antítesis del desarraigado Gatsby es Tom Buchanan, marido de
Daisy. Posee una identidad de hierro, sin discusión, ciudadano de valores
sólidos, que cree en la familia, la herencia, el patrimonio y la supremacía de
la raza blanca. Tiene una capacidad descomunal para imponerse.
Y alrededor de los Buchanan se fraguará un desgraciado pentágono
amoroso, quebrado y desigual, como la sociedad de la época, tan igualitaria en
sus espectáculos y diversiones democráticas.
Una novela corta llena de lirismo, delicadeza, simbolismo, ágil y con excelente narrativa. La traducción de editorial Anagrama, muy buena. Uno de mis libros favoritos. Os recomiendo leer esta novela sin prisas, disfrutando de cada párrafo. Si no habéis visto la película, la primera, dirigida por Jack Clayton, con Robert Redford en el papel de Gatsby, os la recomiendo también. Es fiel a los diálogos y escenas del libro.
El "Llano en llamas" es
hoy un clásico de la literatura mexicana e hispanoamericana, y probablemente
uno de los volúmenes de cuentos más traducido a otros idiomas en el mundo
entero. Obra aparentemente sencilla resulta, sin embargo, profundamente
desconcertante. En su unidad formal descansa una gran diversidad de lenguajes,
registros y tonos con los que Rulfo aborda la problemática de una violencia
multiforme -desembozada unas veces, insidiosa otras-, hasta tal punto
naturalizada que ha dejado de reconocerse como tal. Sin embargo, el autor no la
"refleja" ni la "denuncia", ni tampoco la pone en escena:
la persigue hasta sus repliegues más recónditos, compenetrándose con el sentir
de quienes la ejercen o la padecen, sin alcanzar a reconocerla las más de las
veces. O más precisamente: antes que la violencia misma, lo que los cuentos de
"El Llano en llamas" ponen en escena suele ser ese oscuro y confuso
bregar con su impronta en el sentir de quienes se vieron alguna vez envueltos
en ella, sin advertir entonces su verdadero rostro.
Para mí, uno de los mejores libros
de relatos que me acompaña desde hace años. Juan Rulfo nos lleva a esos
paisajes ásperos, donde se vive casi por inercia, donde la resignación tiene
raíces profundas, pero también la rebeldía se abre paso entre la aridez.
Lo público y lo privado. Lo mítico y
lo cotidiano. Del Gólgota a Sebrenica. El árbol de la esperanza en Kolimá. La
ironía de la vida en unos poemas cercanos como el ronroneo de un gato. En Zonas comunes
se pulsan las angustias del hombre que viaja a nuestro lado en el
metro, de nosotros mismos, con el aquipaje cada vez más ligero de ilusiones.
Con el número del escarnio del INEM grabado en el antebrazo como los mártires
camino de la cámara de gas. A Cleopatra le queda muy justo el biquini y el
hombre de Neandertal vuelve a ser derrotado mientras tararea una canción de Demis Roussos. Un mundo en bancarrota donde es todo posible, hasta que Benito Arias Montano le dibuje una coreografía submarina a Esther Williams. Son todas esas cosas que irrumpen en la edad media de nuestras vidas. Cuando ya se empieza a estar hasta las trenzas. Y el Windows Vista no hace sino actualizar nuestras heridas.
La sinopsis no está a la altura de
este poemario de Almudena Guzmán, así que no os dejéis guiar por lo que dice.
En el blog tenéis algunos poemas de ella. Una gran poeta.