24 de noviembre de 2011

7 de noviembre de 2011

Al menos tengo un río donde llorarte (3)



Por alguna extraña razón me sentía en calma. Sho era una perfecta mentirosa, estaba claro, pero había volado hasta estrellarse contra una pared y luego había sido revolcada por el suelo a la vez que tiraban de su pelo. 
¿Era mi Sweet Mae? Ahora lo único que quería saber era la verdad. No tenía duda de que había muerto. Así lo sentí en mi corazón cuando vi su rostro fugazmente tras Sho.
   -Bien, ahora cuéntame la verdad, Sho, no enfurezcas más a los espíritus o juro que yo mismo acabaré contigo.
   - Siempre me gustaron las cosas bonitas y brillantes. Entré en la habitación de la señora Azami aprovechando que tenía que limpiar ese día. Yo había espiado a la señora y sabía dónde escondía la sortija de jade que siempre se ponía en la soledad de su habitación pues temía que se la robaran. Así que una vez que salió, entré, abrí el cajón, me la guardé y salí barriendo como si nada.
La señora Azami enseguida lo echó en falta y a gritos irrumpió en la habitación donde dormíamos. Dijo que si no aparecía la ladrona pagaríamos todas.
Esa misma tarde fui a verla y llevé el alfiler de pelo de Sakura. Se lo enseñé y dije que lo había encontrado al barrer en una esquina.
El resto ya lo sabes.

Tragué la saliva más densa y amargada que haya jamás tragado en mi vida y con una absoluta calma puse mi mano en su huesudo hombro y dije: 
   -No, no sé el resto. ¿Cómo murió?
Sho levantó la mirada de sus manos y elevando algo la voz, desafiante dijo:
   - Ella siempre decía que un hombre vendría a por ella y la llevaría lejos a tener una vida plena. Decía que amaba a ese hombre y que ese hombre la amaba a ella. Me decía que tendría muchas cosas bonitas pero sobre todo la dicha de vivir con él. 
Así que cuando todos estaban muy borrachos yo me escabullí y fui al establo a llevarla agua.
Estaba totalmente desencajada por el dolor. Sus manos temblaban y sus dedos abiertos parecían garras. Las largas agujas clavadas en ellos daban un aspecto demencial a Sakura y su boca abierta y ensangrentada por las agujas clavadas en las encías deformaban hasta tal punto su belleza que no era posible contemplarla. Vengo a traerte agua, hermana - dije-, y ella, llorosa y asustada lanzó un sonido que era una queja de dolor más bien. Como no podía beber por las agujas, bebí del cuenco y echándola la cabeza hacia atrás, dejé caer de mi boca el agua que ella tragó con desesperación. Volví a hacerlo varias veces. Entonces, cuando quedó un poco relajada apoyando su espalda en mi, totalmente confiada y agradecida, tomé la cadena de la polea y rápidamente se la puse en el cuello y tiré y apreté hasta matarla. Así fue cómo Sakura murió. Después la colgué y salí de allí llevándome el cuenco con agua.
A la mañana siguiente la señora Azami la encontró. La descolgaron y la tiraron al río. De eso hace ya dos años.

Tras escuchar por fin la verdad no tuve fuerzas para nada más. 
Sweet Mae, perdóname por haber tardado tanto en venir. Yo soy el único culpable de tu muerte. No debí tardar cinco años. Juntos podíamos haber levantado los escombros y ahora estaríamos vivos. Porque puedes creerme, Sweet Mae, ahora estoy tan muerto como tú y aunque ha llegado al fin mi búsqueda doy gracias por tener al menos un río donde llorarte.
En cuanto a Sho, ella misma está condenada a vivir en este infierno. 
Deseo que tenga una vida larga.

Fin.

Aquí la primera parte, “Sweet Mae”
Y si quieres leer la segunda parte, “Sho”, aquí

(Ilustración Jonna Konna)


19 de octubre de 2011

Sho (2)



   -Sakura Funaki llegó a la isla tras la estación de la recolección del Ginseng. Recuerdo perfectamente sus rasgos aniñados, sus ojos melancólicos y la suavidad de su piel.
Me contó que a la muerte de su padre quedó desamparada. Su madre no pudo hacer frente a los gastos y las deudas y la vendió a un prostíbulo donde estuvo poco tiempo pues la señora enseguida tuvo celos de ella y la vendió por muy poco dinero de nuevo. Así llegó aquí.
Todas se reían de ella, de su amabilidad y educación, de su elegancia natural y sobre todo, envidiaban su belleza.
Con una dignidad asombrosa aceptó su destino. Por las tardes, cuando comíamos nuestro arroz antes de que los hombres llegaran, Sakura siempre hablaba de su gran amor, un hombre que vendría a buscarla para llevarla lejos y vivir una vida serena en tierras lejanas y distintas. Todas se reían, la llamaban loca, mentirosa y a veces, muchas veces, incluso la pegaban. Pero ella sólo decía que era verdad y que ese hombre seguramente ya estaría buscándola.
Como a mi también me rechazaban y me pegaban por mi fealdad, Sakura se hizo amiga mía. Cuando me dejaban sin mi ración de arroz porque no había conseguido un hombre la noche anterior, ella siempre compartía su cuenco conmigo. Y si había merecido una fruta, también me daba la mitad. Cuidó de mi cuando enfermé y me consoló cuando la vida se me hacía insoportable en este lugar infecto de maldad y espíritus atormentados.
Así fue como Sakura enfermó por los malos vientos de este lugar y en pocos meses, murió.

Escuché atentamente la historia que la mujer me contaba. Mi Sweet Mae no podía estar muerta. No. Simplemente lo rechazaba. Me encolericé y tirando la botella de sake contra la pared grité a la vez que me ponía de pie: 
   -¿Y cómo voy a saber que me estás contando la verdad, mujer? ¿Por qué habría de creerte? ¿Y si todo esto es un engaño porque sabes que los extranjeros somos presas fáciles de vuestras artes de seducción? ¡No está muerta, no, mi Sweet Mae no está muerta, mentirosa!
La mujer se encogió asustada. Yo no podía parar:
   -Dime, si tan amigas fuisteis, ¿cómo es posible que no te hablara de mi en detalle, del americano que vendría a buscarla? ¡Mientes!
Levantó la cara tapándose la enorme cicatriz con el pelo desgreñado y me dijo: 
   - No te enfades conmigo, yo no tengo la culpa de vuestra desgracia.
Aquellas palabras unidas a su actitud fueron como un bálsamo. Sentí una enorme tristeza por ella, por su deformidad, por el dolor que habría debido padecer por ella.
   - No me temas, mujer. Anda, serénate y dime la verdad. Cuéntame, ¿quién eres, cómo te llamas?
   - Me llamo Sho. Nací de la miseria y en ella crecí. Mi padre era alcohólico y mi madre se dedicaba a hacer abortos para pagar el sake de mi padre. El la pegaba y ella le pedía perdón. Cuando nací mi madre me tiró al río que pasaba frente a nuestra cabaña. A ese mismo río tiraba los abortos y su vergüenza por ser la amante de su hermano. A los tres días mi madre me encontró en el río atascada en unas ramas. Entonces se apiadó de mí y me llevó con ella. Mi padre nunca me dirigió la palabra y mi madre tampoco me consideraba mucho, hasta el día que cumplí seis años y me llevó a trabajar con ella para que arrancara de los vientres estrechos a los niños que se resistían a sus manos. Luego me encargaba de llevarlos en la cesta y tirarlos al río.
Cuando cumplí diez años mi padre se dio cuenta de que existía y me violó. Aquella noche le maté y mi madre a la mañana siguiente me vendió al prostíbulo. Supongo que quiso olvidar toda su mísera vida y no la culpo.
Debido a mi fealdad me trajeron aquí directamente, donde venimos como despojos rechazados de otros prostíbulos.
Aquí limpio y recibo hombres. Siempre están muy borrachos y agresivos y me prohíben mirarles a la cara.
Como ya te he dicho, fue muy buena conmigo. Siempre me hablaba del hombre que vendría a buscarla para llevarla lejos, pero nunca dijo tu nombre ni hizo mención alguna, sólo repetía una y otra vez que se iría con el a un lejano país a tener una vida plena de amor. Yo creía que se aferraba a ello para mantenerse viva.
Un día me habló de una hermosa sortija de jade que aquel hombre la regaló antes de partir y que la señora Azami, la dueña de este prostíbulo, le había quitado nada más llegar.

Esa sortija de jade se la había regalado yo, así que empecé a interesarme de verdad por la historia que Sho me contaba mirándome a los ojos de tanto en tanto.
Seguí escuchándola con atención:
   - Pero un día alguien entró en la habitación de la señora Azami y robó la preciada sortija. Encontró un alfiler de pelo en un rincón y se presentó echa una furia con el en la mano a la hora en que comíamos nuestro arroz. Keiko, que tiene los pocos dientes que la quedan negros y que es sumamente cruel, reconoció el alfiler de pelo y señaló a Sakura. Ella se defendió diciendo que ese alfiler era suyo pero que había desaparecido hacía dos lunas. En su cándida inocencia pensó que la creerían.
Sho bajó totalmente la cabeza y me pareció que con la raída manga del quimono se secaba una lágrima. Prosiguió:
    - La señora Azami ató las manos y los tobillos de Sakura ante el revuelo de todas ellas que se alegraban de lo que se avecinaba. Por fin iban a tener un motivo, aunque injusto, para descargar su ira. Y llevaron a Sakura a una casa establo donde la colgaron de una polea medio desnuda. Una a una bajo la atenta mirada de la señora Azami, pegaron patadas y arrancaron mechones de pelo a la desgraciada Sakura.
Keiko encendió varas de incienso y agrupándolas de diez en diez las fue apagando por el cuerpo de Sakura. Yo miraba aterrada todo aquello. Todas disfrutaban y a mi se me partía el corazón ante el sufrimiento de mi amiga. Cuando Keiko hubo terminado con las varas que tenía, las encendía de nuevo para volver a apagarlas en el cuerpo de Sakura. Y volvió a encender otras veinte y volvió a repetirlo. Sakura apenas gritaba ya. 
Entonces fue sacando del dobladillo de su quimono largas agujas de coser y una a una, en una calma absoluta, fue tomándose su tiempo y las fue clavando dentro de las uñas de Sakura. Yo veía como sus uñas se llenaban de sangre y cómo Keiko disfrutaba removiéndolas hasta hacer casi saltar las uñas. Y así las dejó, veinte agujas, una en cada dedo de las manos y los pies de Sakura que gritaba del dolor y temblaba medio desmayada cuando terminó. Entonces la descolgaron y la dejaron atada en el mugriento suelo para que se espabilara.
Una vez lo hizo volvieron a colgarla de la polea y Keiko volvió a sacar más agujas, esta vez del interior de las mangas. La señora Azami sujetó fuerte la cabeza de Sakura obligándola a abrir bien la boca y con los ojos desorbitados por el horror y dando alaridos por el dolor, Keiko fue clavándola una a una diez agujas en las encías. 
Allí la dejaron. Nos fuimos.
Pero yo me escabullí como pude cuando la noche estaba muy avanzada y ya todos estaban muy borrachos y fui a llevarla agua. Pero Sakura había logrado ponerse de pie y se había ahorcado.

Me quedé totalmente destrozado. Me lo hubiera creído si no hubiera sido porque me pareció escuchar una voz, un susurro más bien que decía que contara toda la verdad o seguiría atormentándola noche tras noche. Hubiera creído que fue el viento que jugaba con mi dolor y mi negativa a creer que mi Sweet Mae estaba muerta, si no hubiera sido porque vi claramente su bello rostro detrás de Sho. Fue muy rápido, pero yo lo vi.
Sho salió disparada contra una pared y cayó al suelo gritando y agarrándose el enmarañado pelo. Parecía que alguien tiraba del maltrecho moño y los escasos alfileres con que sujetaba su melena salieron disparados por el aire.
   - ¡Está bien, está bien... diré la verdad! -gritó Sho y sentándose de nuevo algo alejada de mi, empezó de nuevo su relato.

Continuará...



Aquí puedes leer la primera parte, "Sweet Mae"

(Ilustración: June Leeloo)



1 de octubre de 2011

Sweet Mae (1)



He vuelto.
Hace años que estoy volviendo, Sweet Mae, pero en esta noche que todo se lo traga, por fin he vuelto.
Llegué a tu casa, pero no estabas. Supe que a mi marcha te vendieron a un prostíbulo e inicié la búsqueda sin perdonarme haber tardado tanto en regresar. 
Todo se complicó, Sweet Mae, mi vida se volvió un caos. Perdí a mis padres en dos meses, perdí las tierras y casi pierdo mi vida abrumado por tanta desgracia. 
Tras salir del hospital aquejado por unas extrañas fiebres que contraje en el viaje de vuelta me propuse volver a poner en pie los escombros, ofrecerte esa ansiada vida juntos que te prometí antes de dejarte bañada en lágrimas en Hanazawa.
Reconstruí mis grietas y levanté un futuro para ambos. 
Y tras estos cinco años, regresé. Pero te habían vendido y yo no he parado de buscarte, Sweet Mae.

Así supe que te habían llevado a una remota aldea sin nombre que baña el río Yalu. Inmediatamente preparé todo para ir a por ti.
Tras tratar precios por el trayecto en barca y evitando algún que otro peligroso contratiempo, conseguí sitio entre maleantes para llegar a ti.
Era una noche densa, fría, húmeda, sin apenas luna, llena de bruma y extraños presagios en el aire. El olor era hediondo debido al agua estancada sobre la que navegábamos. De pronto chocamos contra algo:
   -Otra muerta -escuché decir a uno de los hombres. 
Todos callamos. El barquero con cuidado viró un poco la barca y apareció aquel cadáver, blanco, hinchado y pestilente. Flotaba boca abajo con la larga melena a la deriva. 
   -Pesa como un  demonio - dijo el barquero a la vez que trataba de hundirla con el remo.
   -Seguro que está embarazada - dijo otro de los hombres sentado a mi lado.
Todos callamos y observábamos con terror aquel cuerpo. El barquero consiguió dar la vuelta a la mujer y vimos un enorme vientre abultado y sus pechos azulados. Su cara estaba muy hinchada, no así sus piernas y brazos. "Es extraño -pensé- parece llevar tiempo en el agua pero no está descompuesta apenas ni hinchada hasta la deformidad."
Entonces me di cuenta de que esa pobre infeliz podrías ser tu y un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi alma. Todos callamos desde ese momento. Sólo se escuchaba el sonido del remo en el agua.

Llegamos y desembarcamos. 
Era el lugar más decadente, tétrico y sórdido del mundo. Olía a encierro, a miedo y muerte.
Las voces de las mujeres enjauladas llegaban de todas partes.
Me acerqué a una de las enormes jaulas iluminadas con farolillos de papel de arroz que daba, si cabe, un aire todavía más grotesco a la puesta en escena de aquellas mujeres flacas, medio desnudas en sus raídos quimonos y tan despelucadas como sucias.
Una de ellas sacó las manos entre los barrotes y arañó mi cuello en un intento desesperado por llamar mi atención: 
   -Ven conmigo gringo, dicen que lo tengo muy estrecho.
Me zafé como pude y te busqué entre todas ellas, todas iguales, todas vacías.
Me llamó la atención una pequeña mujer al fondo de una jaula. Tenía una horrible cicatriz que deformaba por entero el lado izquierdo de su cara. Parecía ida, loca tal vez.
   -¿Ves algo que te motive, gringo? - dijo una voz a mis espaldas. Me volví y no vi a nadie. -¿De dónde eres?
Entonces miré hacia abajo y vi a un hombre diminuto vestido con vistosos colores, con la nariz cortada a cuchillo y una mueca de terrible crueldad en su cara.   -¿Tal vez no sabes hablar?
   -Busco a una mujer llamada Sakura Funaki -Dije mirándole a los ojos.
  - Nombres... sólo son eso, nombres. Elije una mujer y te la llevaré a la habitación con una botella de sake.
Mi instinto me dijo que era mejor no decir nada, tratar de hallarte a través de otra mujer como tú.
Señalé a la mujer ida y dije secamente: 
   - Esa.

Sin más, di media vuelta y me dejé guiar por aquel hombre camino a ninguna parte.
Entré en aquel destartalado y sucio cubículo construido con maderas de deshecho. Una pequeña estufa apenas calentaba, un farolillo tristemente encendido, un catre desordenado y una mesita baja para tomar sake.
Me descalcé y acomodé sintiéndome exhausto. Mis huesos crujieron de cansancio, hastío y desolación.
"Sweet Mae... ¿Por qué el destino se torció de esta manera? Yo que jamás creí en el hasta que te conocí, Sweet Mae, ¿por qué el destino se ha torcido de esta manera?"
Estas palabras han sido mi oración desde que vine a buscarte para llevarte conmigo a esa vida plena que te prometí. Porque tus caricias y tu alma han sido lo único bueno y sereno que he conocido y sin ti soy un muerto en vida, Sweet Mae, mi Sweet Mae...

La puerta corredera se deslizó y la mujer de la enorme deformación entró.
Me miró y ceremoniosamente se arrodilló dejando el sake en el suelo. Tomó un fósforo y prendió una vela. Aquel acto me pareció más decadente que todo lo visto ya. Una vela... pobre mujer, ¡una vela!
Entonces me miró a los ojos, se levantó sujetando el quimono que se abría entre sus piernas y se acercó a mi. Volvió a sentarse en esa posición sumisa y me sirvió el sake.
   - Toma sake, es lo mejor para adormecer los recuerdos y poder acostarse con una mujer tan fea como yo.
Aquello me conmovió hasta lo más profundo. Tomé el sake de sus manos y bebí y bebí hasta que mi interior se acalló. Entonces, acariciando apenas su pelo revuelto dije: 
   - No voy a acostarme contigo. No es por esta cicatriz, simplemente no puedo porque no tengo paz.
Ella pareció aliviada.
   - Antes te escuché un nombre de mujer. Yo la conocí.
Aquello me despejó de golpe. No porque el sake hubiera hecho mella en mi tormento, no, fue porque apartó la bruma interna como hace el sol del amanecer en lo más profundo del bosque.
   -¿Tu conoces a Sakura Funaki, a mi Sweet Mae? Dime, ¡habla ya, mujer! ¿Dónde está ella?
Bajó la mirada y jugó nerviosamente entrecruzando sus dedos y dijo en voz baja:
   - Está muerta. La lanzaron al río y dejaron un trozo de su quimono en el árbol de las ofrendas para que los espíritus no vaguen por aquí.

Continuará...



(Ilustración: "Ophelia" de June Leeloo)