10 de julio de 2011

Inexistente




Elevó la mirada de la sábana que planchaba, miró la montaña de ropa que quedaba y silenciosamente se sepultó en ella hasta desaparecer en su base.


Nadie la echó en falta hasta la hora de la cena, excepto el perro.


-Fue publicado en este blog el  7 de septiembre de 2009-







5 de julio de 2011

Postales desde la orilla

1
Querida Patricia,
Hoy he visto la transformación de un hombre en camarón cocido.
Cuando llegué era blanco, del tipo extranjero pero sin ser de ese tipo "blanco nuclear". Enseguida empezó la transformación del rosado al rojo profundo rayando ya con el burdeos.
Eso si, se levantó de su colchoneta hinchable media hora y regresó para diseñar de su bañador, tipo pantaloncito, un tanga de los más y absolutamente mata pasiones que podrás imaginar.
Y allí le dejé, sonriendo dándose vuelta y vuelta.
Habrán de socorrerle esta noche en su hotel, imagino.


2
Mi queridísimo L:
Algo me ha quedado hoy bien claro: yo no tengo el cromosoma X.
No. No lo tengo. Vengo con defecto de fábrica.
Observo que las féminas, a cuya especie creí pertenecer, cada vez que se mojan la tripa en el océano emiten gritos terriblemente agudos y desinhibidos a la vez que dan saltitos y contienen la respiración. 
Yo no hago eso. Simplemente aguanto y cuando es inevitable, me lanzo de cabeza aprovechando alguna ola.
Dignidad a falta del dichoso cromosoma. Es lo que hay.

3
Dear Pruden:
Siempre hay algo que me recuerda a ti cada vez que vengo a la playa. Te cuento escuetamente:
Se levanta brisa y sale una sombrilla volando.
La mujer le da un codazo al marido y este sale corriendo en una contrarreloj contra la despendolada sombrilla que causa el pánico entre las  personas que toman el sol en la arena. Yo contengo la risa, qué le voy a hacer, además, estoy a salvo, fuera de su trayectoria.
Por fin la sombrilla deja de dar piruetas al estrellarse contra el espigón y el pobre hombre, medio cocido también en su intento de quitarse el bronceado "agromán", resollando y a punto de desplomarse, se hace con ella (casi hay una ovación generalizada).
Entonces regresa abochornado (no podía disimularlo) y su mujer, en jarras, le espera de pie con esa especie de "tornillo" tan sumamente útil que causa furor y tranquilidad.
Y sin cortarse ni un pelo le indica que "atornille" la maltrecha sombrilla dirigiendo la operación a voz en grito y llamándole de todo.
¡Vamos, para sacarla a hombros! - A la mujer, digo, no a la sombrilla-.

4
Querido Enrique,
Hoy vuelvo a nuestras eternas reflexiones sobre las medusas debido a que la marea está subiendo y acaban en la orilla donde nunca hemos sabido si agonizan ahí o ya estaban muertas.
Y una vez te planteo la eterna y monotemática pregunta de cada verano:
¿Por qué nunca las observamos cuando están vivas en el agua y sentimos esa extraña atracción cuando inertes están en la arena?
¿Qué extraño influjo nos atonta ante ella, sin tentáculos ni movimiento, que paramos de nuestro paseo y podemos contemplarla durante veinte minutos?
¿Es acaso el poder ancestral morboso de observar al enemigo en profundidad sabiéndose a salvo de su peligrosidad o un simple acto inconsciente de fascinación por una muerte a distancia e impersonal?
Como ves, he iniciado el divague en solitario y sin unas cervezas de por medio.




(Pintura de Claude Monet, no sea que alguien vaya a pensar que soy yo...)



6 de junio de 2011

La última voluntad



Agustina fue siempre una mujer recta, sobria y seria que velaba celosamente por la pulcritud, el orden y la responsabilidad.
Vino a este mundo a enderezar vidas ajenas, a ser mártir trabajadora de un matrimonio insatisfecho y cargado de camisas para almidonar y planchar, rayas perfectas en pantalones y blancos nucleares en las puntillitas de la ropa interior de sus dos hijas, Palmira y Miranda.
Así que todos contemplaban la extraña imagen de Doña Agustina en el ataúd.
¿Cómo era posible que esta mujer que si sonrió alguna vez en vida fue a escondidas, pidiera ser amortajada de esta guisa?
Andaluza de tierra árida jamás toleró una feria ni una copa de manzanilla "banalidades que enturbian el alma", decía. Y ahí estaba ella, amortajada con un vistoso vestido de faralaes "más típico no se puede", lleno de lunares coloridos, mantoncillo brillante, peinetas y hasta una flor grande en rojo vivo en lo alto de la cabeza. No faltaban los zapatos de flamenca tan rojos como la flor ni los zarcillos de coral a juego con el collar de cuentas gordas.
Nadie se atrevía a decir nada hasta que la indiscreta de tía Nieves preguntó a voz en grito:
   - ¿Cómo es que Agustina va así vestida?
El silencio lo llenó todo hasta que Palmira, carraspeando con la conciencia de la expectación creada respondió:
  - Mi madre dejó una carta en la que pedía ser amortajada con las ropas y accesorios que encontraríamos en una caja arriba del ropero.
Todos pensaron que la mujer debió llevar una doble vida o que decidió soltar el moño para airear la melena en la caja como un estallido de libertad a tanta represión auto impuesta.
Así fue enterrada ante el desconcierto de todos.

Seis meses después las hijas se encontraban en la casa familiar poniendo orden, ventilando y guardando o tirando tantas cosas.
Abrieron la ventana del dormitorio de la madre difunta, voltearon el colchón sacudiendo el polvo y abrieron las puertas del ropero para empezar a empaquetar ropa para la iglesia, como fue deseo de Doña Agustina.
Por un lado, chaquetas de punto, faldas, vestidos, camisas y jerséis (todo azul marino, blanco, gris y negro). Por otro lado medias, combinaciones y camisones. Los zapatos a una caja y la ropa interior, para tirar, por expreso deseo de la pulcra difunta.
Palmira pidió a Miranda que descorrieran un poco el ropero pues había algo de humedad en aquella habitación y la pared empezaba a ennegrecer.
Entonces un ruido sordo se escuchó tras la trasera del ropero: una caja había caído.
Se miraron extrañadas, Miranda recogió la caja y la llevó a la cama.
Ambas se miraron interrogantes hasta que Palmira decidió abrirla.
En su interior cuidadosamente planchado y doblado apareció un vestido negro de punto, recto, cuello redondo y magas largas, unas medias oscuras, unos zapatos bajos de cordones y una gargantilla de perlas. También había un sobre que al abrirlo pareció abofetearlas: "Os dejo preparada mi mortaja, recién comprada".
Ambas mujeres se miraron perplejas...
   - ¿Y la otra caja? - se atrevió a preguntar bajito Miranda.
En aquel silencio que pesaba como una losa en la habitación, se miraron y añadieron la mortaja a la caja destinada a la iglesia.

(Dicen que esto ocurrió hace unos años en una ciudad de Andalucía. Me impresionó tanto esta historia que no he podido por menos que escribirla. En cuanto a personajes y diálogos, por supuesto son meramente imaginarios)

(Pintura de Edith Sitwell)

(Fue publicado en este blog el 6 de diciembre de 2009, en "Antología literaria cuentos" y en el blog de mi querido Ricard al que no puedo negarle nada)

11 de mayo de 2011

Mujer Hormiga







Soy una hormiguita
solitaria,
creativa
y constructora.
Escribo,
ordeno mi vida,
cocino,
me divierto,
leo,
suspiro,
sueño,
me apasiono
y me duermo.

(Imagen: Juchiteco)

7 de mayo de 2011

Te parecerá raro


Te parecerá raro amor,
pero en cada beso
has dejado una estrella
en mi cuerpo vespertino,
que sólo ansiaba
beber de tus labios
ese néctar que me entregas,
cuando duermen en mis brazos,
los poemas que brotan de tu alma
enamorada, de lunas llenas y resacas.

-Verónica Calvo-


(Pintura de Francine Von Hove)

- Publicado en “Poetas andalucesde ahora”-

1 de mayo de 2011

Feligresas





La primera vez que le vi fue en un funeral.
Un tipo corriente, nada llamativo, por eso tenía encanto. La mirada algo baja, como desprotegido y algo melancólico, peinado con la raya al lado recordando a los niños buenos del colegio que siempre olían a jabón y que no jugaban a saltar en los charcos de barro por no mancharse y que sólo las niñas más sensibles sabían conmoverse con la delicadeza frágil que emanaban de sus piernas amoratadas de frío por el pantalón corto. Estatura media, complexión normal edad en la treintena media. Ya digo, un tipo corriente.
A mi, que jamás me han interesado los tipos corrientes, y aunque los niños de raya al lado del colegio me provocaban un poco de tristeza, por solidaridad, pues yo también era bicho raro aunque saltaba como nadie en los charcos de barro, me daba un poco de cosa acercarme a ellos. Más que nada por temor a contagiarme de demasiada melancolía y acabar con una depresión pre adolescencia que ya intuía eran peligrosas (y eso que aún no estaba escrito "Las vírgenes suicidas" de Jeffrey Eugenides).
El caso que ahí estaba yo, en un funeral aguantando el calor primaveral en una blanca iglesia de pueblo escuchando al tipo normal que oficiaba la misa.
Logró captar mi atención. Caray con el cura, ya tiene que haber dicho algo que me toque para que me interese lo que dice, pensé mientras sentía la manga larga pegada a mi brazo. Me debería haber puesto manga corta. Pero a pesar del agobio, el cura me atrapó en su oratoria.
El mismo se decía pecador, que tenía pensamientos impuros, que le costaba contener la ira, que su vida estaba llena de pequeñas y grandes faltas. Luego miró a la familia y dijo que ningún difunto necesita una misa, porque Dios perdona y lo único que quiere es que demos amor y más amor, pero que el Vaticano les hacía dar las misas para que Dios perdonara al difunto por sus pecados y clavando la mirada en la viuda, añadió tu tranquila, está perdonado y en paz. Esto sobra.
¡Este cura es un revolucionario!, pensé. Como siga así y se descubra le van a llevar a una aldea perdida en un monte para que de misa a cuatro ancianos sordos.
Todo lo que decía me tenía exaltada. Y cantaba... cómo cantaba.
Ganas me daban de aplaudirle al final de la misa.

Meses después noté que al grupo de rehabilitación empezaban a faltar mujeres los jueves.
Aquello se dilataba en el tiempo, así que pregunté y me dijeron que estaban en la piscina.
¿En la piscina? ¿y cómo es eso, si la mayoría no quiere ir a nadar?, pregunté. Es que los jueves va el Padre José y le queremos ver en bañador.
Aquello me pareció  muy divertido. Señoras achacosas que dicen no poder con su alma, que todo es un esfuerzo, que a sus años no tienen ya fuerzas para nada, que eso de nadar es imposible y ahora parecían adolescentes hormonadas.
Y bien las iba la piscina porque el viernes estaban relajadas y felices. Y así empezaron a contarme cómo era el bañador apretadito del Padre, cómo era la tableta de chocolate del Padre y cómo nadaba de estiloso el Padre.

Pasaron más meses y una mañana en la sala de rehabilitación de aparatos se formó un tremendo vocerío. Ya sabía que el Padre José había decidido dejar de nadar, así que no sabía bien a qué se debía este revuelo mayor que el organizado cuando supieron que se iba al pueblo de al lado para poder nadar en paz. Simplemente le habían cambiado de iglesia.
La diócesis al ver el revuelo de feligresas congregadas en la misma iglesia había tenido que tomar cartas en el asunto ya que los otros Padres se quejaban de tener la iglesia casi vacía mientras que la del Padre José estaba a reventar. Y era cierto, había mujeres hasta en la calle que formaban un guirigay tremendo porque querían entrar a recibir la palabra del Señor en boca del Padre José.
No hubo manera de hacer entrar a las feligresas en razón, así que optaron por que cada día cada Padre oficiara misa en una iglesia diferente y en distintos horarios.
Se les informaba con antelación y en secreto.

Pero no hay nada más insistente que una mujer que lo tiene claro y dispone, además, de tecnología.
Se organizaron muy bien. Cubrían zonas y se llamaban por el móvil: veniros a Nuestra Señora del Carmen, que está aquí.
Nunca se había visto por las calles del pueblo a tanta feligresa engalanada corriendo por las calles.
Al final tuvieron que optar por dejar a cada Padre en su iglesia y resignarse confiando en que la fiebre pasara.

Han pasado dos años.
El Padre José ha cambiado. Sigue siendo un tipo corriente que se peina como siempre, canta y oficia los ritos. Pero ha cambiado. Su mirada es alta y desafiante, tiene un rictus tenso en la comisura de los labios y ahora condena y condena, alaba y alaba las creencias obsoletas instalando a quien le escucha en plena Edad Media. Canta poco y se enfada mucho.
Y lo aseguro, pues en estos dos años he asistido a dos funerales más y he presenciado la metamorfosis.
No... no ha sido por el gallinero alborotado. Como sospeché en su momento, su libertad de mente en estos tiempos no ha sentado bien y ha pasado por el aro pese a agriarse el carácter.
Y no le irá mal en su carrera porque desde que dobló las rodillas le han dado mucho poder y el obispo le tiene muy en cuenta para todo y hasta delega misas y eventos sólo en él.
A partir de ahora si he asistir a un funeral oficiado por él, llegaré más tarde que de costumbre porque da misa a la vieja usanza: larga, aburrida, llena de miedos y condenas y cualquier día hablará en latín.
Las feligresas están calmadas y como ellas mismas dicen, quién quiere escucharle...