23 de febrero de 2011

A mi padre



Hoy no te compré flores,
ni encendí en plegaria una vela.
Hoy sólo pude sentir tu ausencia
y recordar el verdor de tus ojos.



(21 de febrero. Mi padre cumpliría años)

27 de diciembre de 2010

Me entrego




Cuando me entrego feliz a los desvelos
que arrinconan mis sueños,
y abro mi esencia al placer de tu fuerza,
siento que renazco y muero
en este laberinto donde desespero.

Me distraigo en tu belleza.
Quiero arañar tu cuerpo,
morderte por entero,
sublime castigo que ansían mis sentidos.

Y me pierdo... Y te sueño...
Cierro los ojos y te poseo.

Lentamente, amor,
pausadamente...

Recorreré los caminos
que me llevan a la esencia,
donde la caída es sublime
y el alma se eleva en unión,
perfecta, acoplada y auténtica,
siendo todo y nada contigo.

No hace falta luna,
ni velas ni melodías,
solo tu presencia y la mía,
en esta mágica noche donde consumiremos
en cuerpo y alma, estas ansias que nos empañan.

(Imagen: Natalie Shaw)



20 de diciembre de 2010

Doce mariposas



Ustedes perdonen mi osadía de ser como me gusto, siento y soy.
Decirles desde este rincón paralelo que las religiones me parecen paradigmas nacidos de la ignorancia y la manipulación. Y créanme, las he estudiado, meditado y reflexionado. No, no me alce el dedo y mucho menos la voz. Si quiere, si de verdad le importa, tomemos un café y expongamos el alma, yo le diré lo que creo y siento. De Torquemadas está el mundo lleno, qué desgracia para el espíritu libre.
Añado que no soy consumista, que los publicitarios me catalogan como "socio consciente", lo que significa que es muy difícil venderme productos, que sé lo que quiero y valoro lo que necesito. Gasto mi dinero en lo que quiero, no en lo que ellos quieren. Vamos, que ni moto, ni burra ni compulsión, ya me entienden.
Me gusta regalar cuando lo siento. Y además, pierdo mi tiempo en pensar en esa persona... qué le gusta, cómo es, necesita esto o aquello... Nada más impresentable que la colonia que nunca usaremos, el anillo que se cae o no pasa por más que lo intentemos, o esas figuritas compradas a las prisas, horribles e inservibles que acumulan polvo o van al olvido.
Cenas. Las pesadas y tediosas cenas que se avecinan... No me refiero a las familiares, que nadie piense que estoy desheredada.
Comprendan que algunas personas no disfrutamos con el sacrificio animal, que no estamos enfermos ni tenemos carencias de nada (bueno, en el interior suele haberlas, y grandes, penosas y silenciosas), que preferimos una buena ensalada a un plato de ese exquisito jamón pata negra (ya escucho desde aquí los rumores y los descalificativos, estoy acostumbrada, no teman).
He conseguido escapar de la de "compañeros" pues la "empresa" no tiene dinero para este despilfarro aunque se atiborren todo el año con sus sueldazos indignos y mezquinos que los endiosan y los vuelve insolidarios (dejémoslo ahí), pero la cena con "mis chicas" no me la quita ni la caridad. Bueno, al menos pasaremos un buen rato y si hay buen vino tinto, que me quieten lo " no bailao". No se preocupen, el coche se queda en su plaza.
Cena en familia, la del veinticuatro, pero sólo porque no pude visitarles en verano y hace muchos meses que no nos vemos. Y volveré  a mi guarida, no lo duden, tras cuatro días de mantener el tipo en todos sus sentidos.
Y es que hay cenas absurdas que evidencian las tristezas, las ausencias y la falta de coherencia. Al menos nos reunimos y pasamos un buen rato ignorando la tradición. Se imaginarán que no soy tradicionalista, claro.
 Permitanme una confidencia: el mejor fin de año lo pasé en una habitación de hotel en Buenos Aires, con un sandwich de queso frío (no podían calentarlo pues en la cocina por no quedar, creo, no quedaba ni una mísera cucaracha), una botella de agua "Evian" escuchando las sirenas de los barcos festejar que estábamos en otro año... cuánta alegría, otro año. Pero al menos en mi vida, nada cambia sólo por pasar de un año a otro. Y encima, al día siguiente todo es más caro y mi salario es el mismo que hace cuatro años.
Me aburren los propósitos y las supersticiones: al gimnasio no me apunto (lo que me faltaba, horas extra), clases de esto o lo otro de momento no, llenarme de oro para la suerte (ni lo tengo ni creo en eso), ponerme la ropa interior roja para lo mismo, beber cava (y no es que sea anti catalana, que no participo de esas campañas, es que no me gusta, yo soy de champagne français de l'exquis).
Olvidaba decirles que he crecido entre dos culturas. Fíjense, en una de ellas el año nuevo se celebra en junio. Y con estos extremos para nada he sido tradicionalista. Una vez alguien me metió la uva más grande del mundo en boca porque no entendía que no siguiera la tradición. Y lo hizo con nocturnidad, alevosía y gran dosis de prepotencia.
¡La tradición de tomar las doce uvas de la suerte! ¡Yo tomaría doce mariposas para transformar mis mareas negras en calma!
No se preocupen: ni por religiosidad, que es lo que en coherencia deberían ser estas "fiestas", ni por consumismo ni por tradición, me van a ver en este maremagnum. Me he liberado.
Me quedo en casa, cómoda, sola, con mi pijama, calentita, con mi libro, mi música o viendo esas tres películas que tanto me gustan y que me sé de memoria.
Total, al día siguiente será otro día y pasaremos a estrenar un nuevo calendario.

Y como ya saben que estoy en contra del maltrato animal, no sigan mi idea de tragar doce mariposas, pero como dicen que en Navidad todo es posible, prueben a tomar las uvas transformándolas en imaginarias mariposas y olviden la suerte, que ella sólo se aparece a quien se calma y con coherencia piensa y actúa.
Sean felices, sin importar el resto y sus cosas.
Les deseo de todo corazón que la Noche de Paz lo sea realmente y que se instale en sus vidas todo el año.


17 de noviembre de 2010

La niña pollito




Bien entrada la medianoche llamaron a la puerta.
Debía ser importante o muy urgente, así que abrió y se encontró con el rostro fatigado de un hombre enjuto marcando azules sombras bajo los ojos. El  cansancio había hecho mella en su rostro y el ligero temblor de manos delataba nerviosismo.
Estaba totalmente empapado por el fuerte aguacero que caía sin apenas pausa desde hacía dos horas.
- Don Antonio, tiene que ver a mi mujer. Ha tenido un mal parto asistida por las mujeres de la familia y alguna vecina y no está nada bien.
 El médico se vistió en un santiamén, cogió al vuelo su maletín y juntos subieron al coche rumbo a la cercana aldea.
El camino era una boca de lobo. Los árboles de la sierra parecía querer azotar todo lo que se moviera en esa espantosa noche donde ni las almas de los atormentados que dicen vagan por los senderos, se aparecían por el frío y la destemplanza.
Entre barro y peticiones consiguieron llegar para asistir a la parturienta que se iba en sangre y dolores.
Había nacido una niña, diminuta, insignificante, casi traslúcida y tan apocada que ni el pulso parecía querer latir en ella. La pobre criatura estaba muerta. Y como era habitual, casi normal en aquellos años de penumbras, sin más fue a acabar en la basura.
Don Antonio consiguió parar la hemorragia y al rato el dolor empezó a remitir. Entonces pidió ver el cadáver de la niña. Lo examinó detenidamente y levantando los ojos hacia la madre, anunció que la niña, más parecida a un pajarito, estaba viva.
El silencio inundó aquella casa a la vez que todos los presentes se miraban y avanzaban para tocar a la niña.
Estaba muy débil, su corazón apenas latía, dijo el médico, pero había que intentar que se quedara en este mundo.
Y con el permiso de sus padres que desconsolados por la sorpresa y la alegría lloraban, entregaron a Don Antonio aquella cosita blanca desvalida. Todos se despidieron pues nadie daba por hecho que conseguiría sobrevivir.

Don Antonio llegó a su casa con la criatura envuelta en aquellos trozos de manta donde a las prisas la envolvieron.
Mientras tomaba un vaso de leche caliente en la cocina, observó a la escuálida resucitada y pensó cómo sacarla adelante... parecía un pollito, pensó.
Y como parecía un pollito, buscó una caja de zapatos donde la acomodó bien calentita mientras que con un gotero administró unas gotas de leche a su boquita descolorida.
Y así pasó la primera noche.
"Un pollito necesita continuo calor", pensó Don Antonio mientras colocaba la lámpara flexo junto al improvisado nido y acercaba la bombilla prudencialmente al cuerpecito.
Noche y día la niña se incubaba bajo el flexo y abría la boquita para recibir las gotitas de leche. Y según crecía, se alejaba la bombilla, la caja de zapatos pasó al olvido y se sumaban más gotas de leche del gotero hasta que pudo con un biberón entero.
La niña pollito decidió quedarse en este mundo aunque nada más que fuera para agradecer a Don Antonio tanto mimo y cuidado y 30 años después, una noche de luna llena, cuando los grillos más atronaban en la serena noche de primavera, alguien volvió a llamar a su puerta: era la niña con su hija en brazos que venía  a darle las gracias.


(A la memoria de Don Antonio Cortés Pino)

Dedicado a su hija Margara, que nos contó la historia recordándole una noche de fin de febrero.